Las comparaciones son eso en lo que perdemos el tiempo mientras el arte emerge puro y pleno ante nuestras miradas.

Porque la primera reacción ante la nueva corona de Rafael Nadal en Grand Slam (y ya van diecinueve) ha sido compararle con Roger Federer o, de plano, vaya herejía, denostar al genio suizo, como si eso fuese necesario para colocar al mallorquín en el pedestal que se ha ganado.

Llegados a este punto, en el que mágicamente coinciden los tres tenistas más laureados de la historia, los más voraces, los más longevos en su dominio, con elevada posibilidad los tres mejores, ordenarlos en una escalera es lo de menos.

Más allá de si alguno prefiere la postura erguida y el ballet con raqueta de Roger, más allá de si otros se decantan por la fuerza física y mental de Rafael, más allá de si hay quien apuesta por la omnipresencia y maestría en revés de Nole, recurrir a la descalificación para loar a nuestro favorito no resulta sólo tonto, sino incluso absurdo. Y no porque uno destaque por alguna faceta ha de asumirse que los otros dos son nulos en ella –¿o alguien duda que Djokovic puede ser elegante, Nadal todoterreno y Federer una fiera competitiva?

De 2004 a 2019 se han disputado 64 torneos de Grand Slam y apenas diez de ellos han caído en manos ajenas a las de ellos tres. Tenistas nacidos entre 1971 y 2001 han compartido la frustración de notar lo imposible que es vencerlos. En una buena noche, si los astros lo permiten, puede ser que derroten a uno…, pero imponerse a los tres o al menos a dos en un Grand Slam, eso luce al alcance de poquísimos.

Cuando estos titanes irrumpieron en la escena del tenis, era habitual que un jugador entrara en declive a los 25 años. Por ejemplo, Björn Borg, Boris Becker, Mats Wilander y Stefan Edberg sólo conquistaron un Grand Slam tras cumplir los 24; o Pete Sampras que sólo ganó uno con más de treinta años.

¿Hacia dónde va este deporte? Hacia donde ellos tres digan y por el tiempo que ellos decidan, dando sitio a dos opciones: buscar errores de perspectiva o ejecución en un Picasso para demostrar que Dalí era muy bueno… o disfrutar, conscientes de que las comparaciones son eso en lo que perdemos el tiempo mientras una pintura brilla consumada en tiempo real.

Twitter/albertolati

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