Gerardo Galarza

Hace algunos años, quizás diez, una noche de domingo en Buenos Aires veía un programa de televisión local similar a nuestros “Acción”, “Los Protagonistas” o “En la jugada”.

Nada sorprendente; igual a todos, hasta que inició una sección que se llamaba algo así como “El marcador moral”. Una delicia de perversión, deveras.

Así lo recuerdo: se presentaba el resultado de un partido, con las imágenes de los goles y las jugadas más importantes y las críticas. Lo sorprendente venía después cuando los contertulios juzgaban esa jugadas, los errores de los jugadores, la pifias arbitrales y llegaban a la ”conclusión” de que tal jugada, tal error o tal pifia debieron haber sido goles…

Entonces, se sumaban esos “goles” y se configuraba el “marcador moral”, que podía o no coincidir con el resultado real; generalmente no coincidía.

Así, al término de la discusión futbolera un resultado real adverso de 0-3 para un equipo podría transformarse en, digamos, un 5-4 o en 7-6 “moralmente” favorable.

En ese momento me pareció un ejercicio inútil, tonto, pero tiempo después me di cuenta que quizás —sin saberlo o sí sus inventores—tenía un efecto social “positivo”.

Imaginé a un hincha de aquel equipo que perdió realmente, pero que en la madrugada de lunes va en colectivo o en Subte (metro) pensando: “Bueno ché, perdimos 0-3, pero moralmente ganamos 5-4, ¿viste? El próximo domingo ganaremos…”

El recuerdo bonaerense llegó luego de las primeras notas de tercer/primer informe de gobierno este 1 de septiembre.

Nunca antes, hasta hoy, me había preguntado (lento que es uno) ¿qué efecto tendrían aquellas derrotas morales en los fanáticos del equipo que había ganado el juego real?

 

DAMG