La noche del martes 17 de julio de 1979 era una noche más, cualquiera. Minutos después, tal vez cinco o siete, de haberse iniciado el miércoles 18 en aquella redacción apareció Andrés Toledo, encargado ese día de la transmisión nocturna de la agencia informativa Comunicación e Información (CISA).

No muy contento -ya nada más faltaba menos de una hora para el cierre- mostró un cable (información transmitida por una máquina que se llamaba télex; es decir, no había fax, celulares, WhatsApp, correo electrónico, redes sociales, apps), calificado como urgente de una agencia internacional, AFP o EFE, no había para más, que adelantaba que el dictador Anastasio Somoza Debayle, su familia y algunos de sus colaboradores habían abandonado Managua con rumbo desconocido (Miami, se sabría después).

“¡A ver, cabrones, qué van a hacer, pero que sea rápido!”, dijo el Muxe (así llamamos peyorativamente a Andrés por el simple hecho de ser del Istmo de Tehuantepec, y nadie nos acusaba por ese apelativo ni de acoso, ni de racismo ni de discriminación, tampoco de homofobia). A él tampoco lo acusamos de menosprecio.

Adrián Chavarría, reportero de guardia de la sección de deportes, y este escribidor contestamos: “Pues, pasa el adelanto y anuncia que mantendremos la transmisión abierta”. ¿Hasta qué hora? Hasta que acabemos.

Pronto supimos que la primera noticia de la salida del dictador Somoza la había dado Noticias Monumental o Radio Monumental, una reconocida radiodifusora costarricense que dirigía Armando Vargas, quien había sido corresponsal del Excélsior de Julio Scherer García y que solidario se había ido luego del golpe de Luis Echeverría contra la cooperativa periodística el 8 de julio de 1976.

Chavarría y el escribidor dedujeron científica y obviamente que el número del teléfono de Vargas estaba en el directorio del señor Scherer García, que estaba al resguardo de su fiel Elena Guerra. Naturalmente la oficina de la secretaria del director se encontraba cerrada con llave a esa hora. Chavarría provenía de un barrio bravo de la Ciudad de México y sabía del uso de las ganzúas.

 

Decidimos que esta vez era por una buena y justificada causa. No sólo la oficina estaba cerrada con llave, sino también el tarjetero. Pero Adrián era, digámoslo en lenguaje moderno, un buen hacker.

Entonces, planificamos el trabajo: la nota de la salida, es decir, el triunfo de la revolución, por lo que despertamos a Vargas en San José y quien al oír el apellido Scherer ordenó que nos proporcionara toda la información de la huida; la historia de la dinastía Somoza y la oposición y guerra en su contra del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y así lo anunciamos a 40 suscriptores de nuestra agencia CISA. Lo hicimos y así terminamos la transmisión más tarde que las cuatro de la mañana (tampoco había Google).

En México, el Presidente de la República se llamaba José López Portillo, y no fue ni es un secreto su apoyo al FSLN. Años más tarde, a López Portillo todavía en el poder, el Gobierno de la revolución nicaragüense habría de entregarle la Medalla César Augusto Sandino en un multitudinario acto en la antigua plaza central de la destruida, por el terremoto y por los combates, Managua.

Quienes entonces estábamos en los veintes de edad, para otros mayores también, la revolución sandinista era un hito, la nueva Cuba, la revancha por Chile de Salvador Allende. La militancia disfrazada de solidaridad. Los actos sinceros de quienes querían, quieren un mundo mejor (el escribidor sabe de una pistola de la colección personal del propio López Portillo salida legítimamente de su oficina sin mayor objetivo que un regalo, que terminó en un frente de batalla sandinista) y en pro del hombre nuevo del Ché, ya para entonces mito.

Entonces, leíamos a Ernesto Cardenal, el poeta de Solentiname (la búsqueda del paraíso terrenal), cantábamos, bebíamos y algunos nos emborrachábamos al son de la nueva trova cubana, de chilenos y de los sudamericanos, pero sobre todo del de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, con quienes asistíamos y comulgábamos con su Misa Campesina Nicaragüense (el escribidor presume y cuenta que conserva ese disco LP comprado en la mera Managua).

En estos días, los de ahora, la reportera Ivonne Melgar ha recordado aquellas inolvidables coplas de “Cristo ya nació en Palacagüina/ del Chepe Pavón y una tal María / ella va a planchar muy humildemente / la ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente”. Y el escribidor, las de “Quincho Barrilete”, que más allá de sus méritos populares musicales para ganar -obtuvo el premio del Festival OTI de la Canción en 1977 en Madrid-, sirvió para globalizar la revolución de los muchachos nicaragüenses en contra del dictador Somoza. También las de “Clodomiro el Ñajo”, éstas, si la memoria no falla, de Luis Enrique Mejía Godoy, su hermano.

Hoy, el mismo cantautor Carlos Mejía Godoy ha escrito una carta pública (se puede ver completa en YouTube) a Daniel Ortega, actual Presidente y también dictador de Nicaragua y uno de los antiguos nueve comandantes del FSLN. Le ha pedido: “Dejá de matar. ¡Ya, Daniel, ya!”, y ha anunciado que compondrá una nueva canción: “Daniel, quiero escribir una sola canción para cerrar esta pesadilla. ¿Sabes cómo se va a llamar? Gracias, Señor, ya se marcharon para siempre”.

Hace 39 años, todavía soñábamos, bueno, algunos, con el “hombre nuevo”. En Nicaragua se luchaba fusil embrazado contra el dictador Somoza y desde México, gobernado por López Portillo, y el mundo se apoyaba a los muchachos, muchos de ellos niños, sandinistas.

Hoy, en Nicaragua, uno de los nueve comandantes de aquella revolución que triunfó la noche del 17 de julio de 1979 ha seguido los pasos del dictador Somoza, el hijo del hijo de puta del Gobierno de los Estados Unidos. Hoy, en México, se ha votado por el regreso a los tiempos de López Portillo y sus herederos han sido fieles: apoyan como entonces, hoy desde el Foro de Sao Paulo, a Daniel Ortega, el nuevo Somoza. Ciertamente no les faltó razón a quienes creían que Nicaragua era la nueva Cuba.

Las vueltas que da la vida, dice el bolero. El perverso círculo que se cierra. El giro, dicen algunos, de 360 grados… es decir, regresar al punto original, el de partida, el de la lucha.

DE SALIDA.- Al día siguiente, Adrián Chavarría y el escribidor eran los más buscados. Ya en su oficina, el señor Scherer García nos felicitó efusivamente, como acostumbraba: “¡Carajo, don Adrián!, ¡Carajo, don Gerardo!”, que en esos tiempos equivalía más o menos a un Premio Nacional de Periodismo. A partir de ese momento, y como recompensa, el escribidor adquirió el grado de “reportero suplente”. Y no, nadie reclamó (ni avaló, tampoco) la doble violación de las cerraduras.