Leí hace unas semanas un artículo de Marion Reimers sobre la brecha salarial que existe en el futbol femenil. Su artículo, publicado a inicios de junio en The New York Times es una crítica a un sistema de inequidad en el que 49% de las mujeres que juegan profesionalmente no reciben ni siquiera un sueldo, bajo argumentos como “lo mal negocio que resultan los equipos femeniles”.

Reimers hace una serie de contraargumentos que van desde datos duros sobre las ganancias de los equipos, hasta cuestionamientos sobre la indisposición de los dueños a arriesgar en inversión únicamente cuando se trata de mujeres. Las historias que relata provocan coraje: equipos que destinan el dinero de un premio ganado por la escuadra femenil al equipo masculino, jugadores que portan las nuevas playeras de la escuadra masculina en la presentación, mientras que para las playeras de mujeres se contratan modelos, equipos que no gastan en material y uniformes para las mujeres, sino que ellas usan lo que los hombres desechan… la lista sigue.

El mensaje no es sólo potente por lo que escribe, sino por quién lo escribe: una de las periodistas deportivas más relevantes en habla hispana, la primera mujer en narrar una final de la Champions League. Es una mujer exitosa llamando la atención sobre una injusticia a otras mujeres. No es por sí misma, es por otras.

La experiencia del Mundial Femenil hizo visible una realidad que cada vez es más patente: las mujeres de 2019 se apoyan. Nunca había visto a tantas de ellas viendo y hablando de un deporte que hasta hace poco parecía ser exclusivo de los hombres e incluso estereotipo masculino. Vi a Marion Reimers escribir un artículo sobre el tema en The New York Times, pero también a Moira Donegan hacerlo en The Guardian, a Maggie Mertens en The Atlantic y a Antonia Laborde en El País. Vi amigas, periodistas, escritoras y políticas publicando resultados de los juegos y hablando de desigualdad. Vi a la primera mujer ganadora del Balón de Oro, la noruega Ada Hegerberg, renunciando a su lugar en el Mundial como denuncia. Vi a la capitana estadounidense Megan Rapinoe criticar a la FIFA por agendar la final de la Copa Oro y Copa América el mismo día que la final del Mundial Femenil, algo inimaginable tratándose de hombres. Vi a miles de mujeres replicar su mensaje.

El Mundial Femenil 2019 atrajo las miradas del mundo, y las jugadoras lograron hacer con esos extraordinarios partidos el mejor argumento a favor de la equidad. Dieron un nuevo impulso a la lucha de género, conectaron con millones de mujeres y hombres con un mensaje poderoso, con un público que coreaba la consigna de “Equal pay” (Pago igual) en el estadio durante la final. Esas mujeres lo hicieron con su juego, con campañas, ausencias y entrevistas. Las futbolistas consiguieron prender una antorcha por muchas otras mujeres, deportistas o no que en todo el mundo están buscando eso aparentemente tan simple de entender, pero tan complejo de alcanzar: ser tratadas igual.

LEG