Como si revivieran viejas rencillas del año 2006, pero con papeles invertidos, el presidente Andrés Manuel López Obrador y el ex mandatario Felipe Calderón intercambian acusaciones. Como si las cuentas no su hubieran saldado aún con la llegada del tabasqueño al poder.

Con motivo de la rebelión en la Policía Federal, AMLO dijo ver “mano negra”, mientras su secretario de Seguridad Pública Federal y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, le puso nombre y apellido a la embestida: Felipe Calderón.

Y es que lejos de optar por un alejamiento de la política -como lo ha hecho el ex presidente Enrique Peña Nieto, quien a lo más que aspira es a ocupar las portadas de las revistas del corazón-, Calderón asoma una necesidad apremiante por retornar al poder.

El de la seguridad es el flanco más débil para quien gobernó entre 2006 y 2012. No sólo dejó una violencia desbordada reflejada en cifras escandalosas de homicidios, sino, entre otras cosas, convirtió a Genaro García Luna, ex secretario de Seguridad Pública Federal, en uno de los policías más ricos del planeta. A tal grado que Forbes colocó a este último en su lista de los más corruptos de 2013, ocupando el cuarto lugar apenas detrás de Elba Esther Gordillo, Carlos Romero Deschamps y Raúl Salinas de Gortari.

Después del evidente fracaso de su esposa, Margarita Zavala, -quien declinó su “candidatura presidencial independiente” en 2018 por falta de simpatías-, Calderón opta por intentar crear una franquicia electoral “México Libre”. Su apuesta es lograr para noviembre “más militantes” que el PAN. De obtener el registro, podría participar en la elección de 2021 como candidato a diputado federal, una pretendida ruta de ascenso hacia 2024.

Es quien militarizó al país y entregó una Policía federal tan pestilente como inoperante, tan omisa como cómplice de diversos grupos delincuenciales.

 

Ante la falta de legitimidad de su elección operó una fallida estrategia que sangró al país y provocó el regreso del PRI a Los Pinos.

Aprovecha una oposición muda, ausente y desarticulada para irrumpir. Pero entre la Guardia Nacional y la personal prefiere la segunda. El 11 de enero envió una carta al Presidente exigiendo protección personal al supuestamente no tener solvencia económica.

Difícil creerle el papel de víctima. Por lo pronto, algunos federales envalentonados que se resisten a pasar a la Guardia Nacional lo pretenden de vocero. No quieren estar sometidos a exámenes militares ni perder sus bonos o prestaciones; en el fondo rechazan ser parte de la nueva estrategia trazada por el secretario Durazo. Lo extraño es que sabiendo el grado de contaminación de estos elementos aún se insista en su transferencia a la Guardia en lugar de indemnizarlos.

Para López Obrador el activismo de Calderón se reduce a que perdió su millonaria pensión, “por eso andan unos ahí un poco molestos; ya se van a ir acostumbrando”, afirmó el sábado. Pero existe una pugna abierta desde 2006, que profundizarla sería tan desgastante como lo fue en aquellos tiempos.