Por Otoniel O. Ochoa P.
@OtonielOchoa

La sombra austera de mezquites y huizaches acompaña al migrante que en el Río Grande ve el último obstáculo hacia su destino: el sueño americano. Un cauce lento y apacible en la superficie se presenta inofensivo. Su aspecto tranquilo es una ilusión que esconde la trampa mortal de remolinos que nacen desde las profundidades de su lecho, que succionan a quien se atreve a cruzarlos, y que roban la existencia para después expulsar al atrevido, exánime, a las orillas del río. Así sucedió con el joven salvadoreño de 25 años y su pequeña hija de un año once meses que hace poco más de una semana murieron al cruzar el río.

Engañado por la apariencia, ese joven, como muchos otros migrantes, vio que a unas cuantas brazadas, no más de 30 metros, estaba un mundo ocho veces mejor que el suyo e infinitamente más seguro. No titubeó al aventurarse con su hija a cruzar el Bravo. Pero el asesino silencioso lo hizo otra vez y lo volverá a hacer con cuantos migrantes inexpertos se atrevan a intentar cruzarlo. El río es peligroso y traicionero no sólo por su naturaleza. Todo su cauce está intervenido por presas, lagunas y canales, y su caudal y corrientes profundas se alteran constantemente con el abrir y cerrar de compuertas.

A pesar de la peligrosidad del Bravo, un gran número de cruces de migrantes indocumentados se da a través de él. De Matamoros-Brownsville a Ciudad Juárez-El Paso cruzaron 94 mil de los 144 mil detenidos en mayo pasado. Es natural, los contingentes transitaron principalmente por la vía corta, y relativamente menos peligrosa, de Chiapas hacia la frontera de Tamaulipas. Del total de aprehensiones, 42% se efectuaron en el Valle de Texas (Brownsville-McAllen) y Laredo; 23%, en el sector de El Paso.

La puerta de entrada tiene que ver con el acceso, pero también con el destino. La mayoría de los guatemaltecos, salvadoreños y hondureños ven a México para transitar hacia un destino mejor: Texas o los estados del Medio Oeste o del Noreste, como Nueva York y Nueva Jersey. Y es así porque ahí está la mayoría del casi millón y medio de salvadoreños que envía cinco mil millones de dólares anuales a El Salvador o el millón de guatemaltecos que envían remesas por nueve mil millones a su país. Pero también es ahí desde donde se cuentan las historias que atrapan los sueños de miles de centroamericanos por vivir una vida mejor. Historias que, desafortunadamente, nada tienen que ver con México, porque para ellos nuestro país es sólo territorio de paso, no de destino.