¿Cómo es que un Presidente que se dice promotor de la paz, de la tolerancia, de las libertades –incluidas las de expresión y prensa-, de la inclusión, y que afirma que no está trabajando para establecer una dictadura no puede separar el discurso de campaña del de un mandatario?

Porque si bien la explicación se puede encontrar en su revelación de que “su loca pasión’’ es su activismo, debería contenerse al menos en el discurso de la división y el encono.

Nadie está en contra de sus causas –acabar con la corrupción, desterrar el influyentismo, etcétera-, pero cuestionar sus métodos provoca su ira y la de sus seguidores a tal grado que, si no está trabajando para instaurar una dictadura, bien que parece lo contrario.

El hecho de tener a Notimex verificando la información de terceros –antes de verificar la suya propia-, de contar un ejército de bots a su servicio –aunque diga que no es cierto, de concentrar la información en la Presidencia y de obstaculizar, contradecir y censurar las declaraciones de su gabinete- sí hacen pensar que se trata de un régimen totalitario.

De lo demás, poco hay que decir.

Como era de esperarse, el festejo por el año del triunfo electoral de López Obrador devino en discurso lleno de autocomplacencia.

Si acaso, al final de su larga perorata, destacó el hecho de haberse referido a lo que, según él, falta por hacer en materia de salud, de seguridad y de crecimiento económico.

“Pero vamos bien’’.

López Obrador dijo que a siete meses de iniciado su gobierno “se han cumplido 78 de los 100 compromisos’’ que hizo ahí mismo en el Zócalo, y calculó que para fin de año “habremos arrancado de raíz’’ los vestigios del viejo régimen corrupto.

Pero sin capturar a los corruptos.

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Mientras todo era cohetes, globos y serpentinas en el Zócalo, en la Cámara de Senadores, Morena preparaba una celada a la oposición.

En una maniobra que ni al PRI se le hubiera ocurrido, los senadores de Morena de las Comisiones de Hacienda y Crédito Público y de Estudios Legislativos Segunda aprobaron un nuevo dictamen de la Ley Federal de Austeridad Republicana.

El truco consistió en cambiar totalmente el dictamen que el viernes pasado había sido votado; la votación arrojó un empate y se decidió posponer para ayer una nueva ronda.

Ésta ocurrió, dos veces, pero con la salvedad de que no se trataba del dictamen votado el viernes, sino de otro presuntamente entregado por la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, a los legisladores de Morena con quienes se reunió la mañana de ayer.

El dictamen anterior, el que se votó el viernes, tenía un consenso de 90% entre todas las fuerzas políticas; detalles detenían su aprobación por mayoría.

Pero ayer justamente Morena cambió la jugada y provocó que la oposición –PAN, PRI, PRD y MC- abandonara la sesión por el manifiesto “desaseo’’ con el que el morenista Alejandro Armenta condujo la sesión de las Comisiones Unidas.

El rechazo al dictamen aprobado contempla regular presupuestalmente a los tres Poderes de la Unión, a los organismos autónomos y hasta concede autoridad para intervenir en empresas privadas.

Hoy este dictamen será votado en el pleno; la oposición sabe que perderá en la votación, pero desde ya anunció que la impugnarán ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en donde esperan tener la razón jurídica.

Lo interesante será conocer cómo le cobrará –en materia legislativa- la oposición a Morena, por este auténtico albazo.