El canciller Marcelo Ebrard es quizá el más lejano de los cercanos al presidente Andrés Manuel López Obrador. No le garantiza una lealtad a ciegas y sin límite como lo hacen otras y otros secretarios, pero su efectividad a la hora de resolver los encargos lo hace imprescindible en el gabinete.

Como hábil político conoce de tiempos, y en términos de imagen es el gran beneficiario de la ausencia de López Obrador en los estratégicos foros internacionales como el G20.

En el sexenio pasado, Ebrard se refugió en París tras una serie de embestidas coordinadas entre el entonces presidente Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera como jefe de Gobierno, quienes encontraron un pretexto para amagarlo: el desaseo de la costosa e inoperante Línea 12 del Metro. Con la pura amenaza de activarle una serie de responsabilidades administrativas y penales fue suficiente para mantenerlo a raya, sin siquiera poder asomar cabeza en la política nacional.

El 1 de febrero de 2015, una comisión investigadora especial, dominada por priistas y panistas, le hizo una especie de juicio sumario, y los diputados le pidieron a la entonces PGR y a la Auditoría Superior de la Federación intervenir ante los sobrecostos e indicios de corrupción: “Yo estuve en la mejor disposición, fui a la Cámara de Diputados y me quitaron el micrófono por la fuerza, ¡no me dejaron hablar!”, se quejó el actual secretario de Relaciones Exteriores.

Aprovechando los nuevos tiempos, a inicios de 2018, Ebrard se subió con exactitud al carro ganador de Morena, y López Obrador, a quien lo promovió entre los mexicanos en el exterior y operó a su favor en ocho entidades del norte del país en las que la izquierda estaba históricamente borrada y donde el tabasqueño obtuvo una votación trascendental.

Por lo pronto con efectividad, pero sin estar exento de la polémica y bajo la lógica del fin justifica los medios, ha apagado el fuego de la amenaza arancelaria del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien, por cierto, le agradeció la militarización de la frontera y se tomó una foto bastante efusiva con él en Osaka, Japón.

Marcelo es el político del gabinete de AMLO más conocido; naturalmente camina hacia 2024. En 2012 declinó su aspiración presidencial a favor del tabasqueño, quien le guarda respeto, aunque sabe que no le garantiza continuidad absoluta. Por eso Ebrard es ya el adversario de más peso ante el grupo compacto del Presidente.

La amenaza de Trump no se ha ido, tampoco las voces inconformes que le cuestionan por qué pactar un asunto económico a cambio de perseguir a los migrantes en la frontera sur. Por ello el canciller deberá analizar la advertencia reciente del presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, quien sostuvo que no le conviene asumir todas las funciones en materia migratoria: “Que no lo inflen tanto, porque lo van a reventar”.

Es demasiado pronto; deberá administrarse, pero puntea hacia 2024. Su primer reto será sortear los embates de los morenistas más duros.