En el Castillo las luces se encendieron a las cuatro de la mañana. Ustedes saben que no me pierdo los momentos históricos, y aquel domingo 1 de julio de 2018 tenía que estar tempranito en la casilla a un lado de Ciudad Universitaria, donde siempre ha votado Andrés Manuel.

Cuando llegué ya había unos cien medios de comunicación: cámaras, grúas, micrófonos, grabadoras, reporteras y reporteros que incluso habían pernoctado en el lugar. Como era el puntero de las encuestas en la intención del voto, nadie debía perder de vista a AMLO.

Tras la respectiva entrevista en medio de un enjambre de periodistas nacionales y extranjeros, el candidato esperó media hora afuera de la casilla. Su hijo menor estaba desesperado por regresar a casa y el país estaba ansioso por una jornada que parecía histórica.

Tras el voto vino la tensa calma. El tabasqueño esperó en la casa de campaña –después conocida como la oficina de transición– en la colonia Roma a que empezaran a correr los primeros resultados. Personas de su futuro gobierno comenzaron a desfilar en el lugar, pero también ciudadanos comunes que tras emitir el voto acudieron a la calle Chihuahua 216 para transmitirle al ex jefe de Gobierno del DF sus mejores deseos.

Por la tarde, recuerdo, ya era inevitable el resultado, pero aún no conocíamos el impacto de los 30.11 millones de votos. En el Ferrari le di marca personal al Peje. Lo seguí hasta su casa, y mientras esperaba a que él se diera una chaineada me eché unos tacos en Avenida San Fernando, ja, ja, ja.

Luego de vuelta a la Roma por el segundo piso. Ya ahí, AMLO salió al balcón para saludar a una multitud que se juntó para felicitarlo, mientras que en un hotel de la Avenida Juárez los medios se posicionaron en un salón para escuchar el primer discurso del próximo Presidente.

Fiel a sus costumbres, el recorrido no podía ser en otra cosa que en el ya clásico sedán blanco. Peatones se acercaban a él para saludarlo, así como ciclistas y niños. Los automovilistas aceptaron el tráfico que se ocasionó y le dedicaron un claxonazo al Peje.

Mientras en el hotel de la Avenida Juárez, AMLO emitía un discurso, en el Zócalo a regañadientes el jefe de Gobierno interino, José Ramón Amieva, ordenaba quitar los enseres con los que se realizaba un festival futbolero. La plancha debía quedar limpia porque el ganador de la elección iría por la noche a emitir un discurso.

Recuerdo que al salir del hotel, gente ya marchaba por la Juárez en dirección al Zócalo. Era noche de domingo, pero los ciudadanos salieron como lo hicieron aquella ocasión en que Cuauhtémoc Cardenas ganó la primera Jefatura de Gobierno. El torrente humano se dividió en 5 de Mayo y Madero y arribó al corazón político para saludar el próximo Presidente. Era una fiesta.

Hoy hace un año la gente se regaló para sí un día ejemplar; casi nadie recuerda que fue la primera elección sin el fantasma del fraude. Se impuso la voluntad ciudadana a los intereses de unos cuantos. En las urnas se depositó la confianza en un proyecto y, al mismo tiempo, se rechazó y vapuleó a los políticos que llevaron al país a la lamentable situación en que nos encontramos.

Regresé al Castillo por ahí de las seis de la mañana del lunes 2 de abril y me quedé dormido. Mi bruja Mafufa me despertó a las cuatro de la tarde –normal, como si me hubiera ido de parranda, ja, ja, ja– y le pregunté si ya no había corrupción, ja, ja.

Hoy al conmemorarse un año, no del triunfo de AMLO –porque lleva siete meses de polémico Gobierno–, sino de que el pueblo hizo respetar su voluntad, el Zócalo se ha alistado para la demagogia y para la autocomplacencia, para la adulación a la figura de un solo hombre. El mexicano no espera discursos, sino acciones; espera que así como defendió en las urnas su derecho a ser feliz, los gobernantes estén a la altura de ese momento histórico.

En el baúl: por cierto, a un año, ¿saben dónde anda José Ramón Amieva? Me cuentan que anda en el DIF haciendo de las suyas.

¡Regresarééé!