La imagen es fuerte: durante más de un minuto, un minuto eterno, el Presidente y varios miembros de su equipo ven, de pie, cómo una mujer, una de las demasiadas madres de personas desaparecidas en los últimos años, le suplica de rodillas que la ayude. A AMLO le llovieron las críticas: nunca, bajo ninguna circunstancia, un Presidente debe permitir que alguien, quien sea, mucho menos una mujer que sufre lo que sufre esa mujer, se arrodille ante él. ¿Arrogancia, despotismo, delirio de grandeza, como dijeron varios? No creo. Me parece que se encontró ante una situación muy difícil de manejar y que lo dominó, comprensiblemente, la sorpresa. Tardó en reaccionar, nada más.

Y sin embargo, la lluvia de críticas tiene razón de ser. Porque esta semana fue la semana en que a nuestro Presidente le falló la que se supone que es una de sus mejores características: la empatía.

Y es que es la semana en que vimos las imágenes terribles de migrantes centroamericanos muertos, mientras la Guardia Nacional hacía redadas. Como dije antes, no creo que al Presidente le guste darles ese trato a los migrantes. Pasa que está atrapado. Pero no ha tenido hacia ellos un verdadero gesto de afecto, de empatía. Porque decir que “se respetarán sus derechos humanos” no basta, no.

También es la semana en que el Presidente se dejó caer por Cancún. Ahí, tuvo dos oportunidades de ser empático con una población golpeada por dos problemas graves: la inseguridad y el sargazo. Las desaprovechó. Esgrimió una vez más los “otros datos” y dejó a todos con la sensación enojada y frustrada de que la delincuencia seguirá tan campante y sobre todo de que sus empleos continuarán en peligro. Porque no, el sargazo no es un problema menor. Hay mucho, pero mucho –no es cosa de botar unas lanchas–, y por allá viven del turismo.

No, el Presidente no anda empático. Anda más bien rijoso, como desesperado. Se entiende. Gobernar es una monserga. Exige resultados económicos, que son desastrosos. Exige resultados en términos de la inseguridad, que no son mejores. Y exige soluciones a los problemas de la medicina pública, que por el contrario está camino al colapso. Una monserga, sí. Porque entonces te reclaman. Y eso arde. Enoja. Sobre todo cuando los resultados no mejoran, por mucho que “gobernar no tiene mucha ciencia”.

Va mi apuesta: la empatía se va para no volver. Porque, a puro golpe de voluntad, esto no parece que vaya a mejorar. Pregúntenle a los del gremio cultural, que ya también andan respingando. Y vaya que tenían fe…