La democracia existe gracias al sentimiento, casi instintivo, de pedirle explicaciones a quien toma decisiones que te afectan. Eso la sostiene moral (“todo poder público emana del pueblo”) y operativamente (la organización de elecciones periódicas). Como las decisiones de un gobernante suelen tocar, de una u otra manera, a todos sus gobernados, estos tienen derecho a decidir, en alguna proporción políticamente posible, quién y cómo debe gobernar.

 

Sin embargo, en un mundo de humanos complejos y contradictorios, esto presenta limitaciones automáticas. Por ejemplo, ¿qué pasa si un gobernante no quiere o no puede dar explicaciones? ¿O, digamos, busca dar falsas explicaciones para desviar la atención, ganar tiempo, o solo para no tener que justificar por qué y cómo decide sobre los asuntos públicos (cosa que sólo él o ella sabe en el fondo)? Cuando hablamos de ejercer un poder capaz de cambiar vidas para bien o para mal, estas se vuelven preguntas bastante serias.

 

Las limitaciones de la democracia deben ser recordadas constantemente ya que, en buena medida, son las limitaciones del carácter social de los humanos (cosa que algunos estudiosos en ocasiones olvidan). Y a veces, estos recordatorios de lo pequeños que podemos ser, vienen en forma de presidentes mexicanos. Por ejemplo, hoy tenemos a un presidente al que no le gusta dar explicaciones sobre el porqué de decisiones y fenómenos, y ello lo ha orillado a rodear temas con balbuceo demagógico, y a mentir paladinamente.

 

La semana pasada vimos un ejemplo grosero de esto último. Trascendió que la generación de empleos se ha desacelerado de manera dramática, y que ya es parte de una tendencia que se inició tras la elección presidencial en 2018. Al comparar mayo 2019 con el del año pasado, se registra una caída de 88 % en la creación de plazas formales (El Economista, 19/6/19). Sin embargo, el presidente salió a decir que a la prensa le faltó contabilizar como nuevos empleos a los beneficiarios de sus programas, y los acusó de “sensacionalismo exagerado” (El Universal, 20/6/19) por, literalmente, usar datos generados por su gobierno.

 

Si bien López Obrador sabe que nunca hemos medido así el empleo, su falsa explicación fue para poner en duda las cifras oficiales pasadas, presentes y futuras, pero también para enturbiar lo que ya todos vemos: que la economía mexicana no pinta nada bien en el mediano plazo. Incluso, el director del IMSS, Zoé Robledo, reiteró, cuidando sus palabras, que los beneficiarios no pueden ser considerados como empleo formal (Reforma, 20/6/19).

 

Ahora conectemos las ideas: si López Obrador no está dando explicaciones veraces, o no quiere darlas, sobre nuestros problemas públicos, no se le puede llamar “demócrata” bajo la dimensión aquí expuesta. Por ello retomo mi punto inicial: la democracia existe por la inercia de pedirle explicaciones a quien toma decisiones que nos afectan; y eso significa que en el momento que dejemos de pedirlas, dejaremos de ser una democracia. Este principio guía a algunos medios serios y a parte de la oposición, pero no a la mayoría del obradorismo que minimiza las mentiras presidenciales cuando, al final, también les afectarán a ellos. México, pues, necesita que el obradorismo comience a pedirle explicaciones a López Obrador.

 

@AlonsoTamez