No quiero, ni mucho menos, irrumpir en la parcela de mi admirado Alberto Lati, conocedor insuperable de la materia, pero resulta que por estar físicamente en Francia veo de cerca cómo se destapan las cloacas del futbol y siento una irresistible necesidad de hablar un poco del malestar que se palpa a mi alrededor por esta situación.

Primer shock: la aparición en la oficina anticorrupción de la Policía Judicial de Nanterre, cerca de París, de la leyenda del futbol planetario, el francés Michel Platini. Quién se iba a imaginar que algún día el astro tendría que enfrentarse a un largo interrogatorio por el más sonado de los escándalos de este deporte, el llamado Qatargate, tan lejos de las gloriosas hazañas en la cancha.

Las sospechas que pesan sobre el también ex presidente de la UEFA, y hasta hace unos años héroe nacional de Francia, son gravísimas:

 

presuntamente vendió su voto a favor de la asignación de Qatar como anfitrión del Mundial de 2022 frente a Estados Unidos.

Los hechos se remontan a 2010. El riquísimo emirato bañado en petrodólares agradeció “el favor” adquiriendo el club favorito del entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy (que dicho sea de paso pronto se sentará por corrupción y tráfico de influencias en uno de tantos casos relacionados con el financiamiento ilegal de su campaña electoral).

Sarkozy aparece como uno de los protagonistas de la turbia trama detrás del arresto de Platini, dándole al Qatargate una dimensión altamente política.

Resulta que, solo nueve días antes del anuncio con bombo y platillo de la sede del Mundial 2022, el también triple Balón de Oro, Platini, en ese momento jefe la UEFA y miembro ejecutivo de la FIFA, participó en una reunión secreta en el mismísimo Palacio del Elíseo con el mandatario Sarkozy y el príncipe heredero, Tamim bin Hamad Al Zani, hoy emir de Qatar, país sin ninguna tradición futbolística y cuyas temperaturas rebasan los 45 grados centígrados a la sombra.

Otra vez se convierte en tema estrella de las conversaciones en los bistrós parisinos la podredumbre del pacto de favores en el incendiario triángulo fútbol- política de alto calibre-gran business.

Se nos cae el mito ante la evidencia de que los astros o directivos de este deporte pierden su capacidad de salir inmune de las corruptelas (véase el caso Blatter).

Segundo shock: también tiene que ver con el futbol, pero el de las mujeres. Ahora, cuando Francia celebra el Mundial femenino, sale a relucir la escandalosa desigualdad de género en la cancha, tan escandalosa que varias jugadoras de élite decidieron boicotear la cita mundialista para crear conciencia sobre el tema. En plena era de me too nos enteramos que la FIFA repartirá en premios en este Mundial femenino 30 millones de dólares, frente a 400 millones otorgados el año pasado en el Mundial masculino de Rusia.

Alguien dirá, bueno, los patrocinadores no son los mismos, la cantidad de dinero que está en juego para la promoción no se puede ni comparar con lo que mueve el balompié cargado de testosterona. Este argumento ya no convence. Echen a rodar la pelota.