La FIFA recién se había mudado a ese búnker, franqueado por una espléndida cancha de futbol y con vistas hacia el lago Zúrich desde una colina.

Caminar por esos pasillos que olían a nuevo, atravesar enésimas salas y notar la altura de los techos, conseguía que todo visitante se sintiera en un palacio. Más aun, porque en breve nos encontraríamos con el monarca del reino del balón, el entonces omnipotente Joseph Blatter.

Durante una hora de entrevista, en la que tocamos numerosos temas, Sepp me habló sobre el interés qatarí de organizar tanto una Copa del Mundo como unos Juegos Olímpicos. Lo hizo desde la incredulidad, sin evitar que le brotara una sonrisa al mencionarlo. Faltaban un par de años para las elecciones más controvertidas de sedes mundialistas y lo de Qatar continuaba luciendo como mero acto de relaciones públicas –la frase no es mía, sino del propio Sepp cuando restó importancia al afán colombiano de quitar el Mundial 2014 a Brasil.

Corruptelas, controversias y manejos turbios al margen, Blatter nunca apoyó a Qatar como anfitrión. Mucho decir si se recuerda que el principal operador de Joseph para ganar la presidencia en 1998 (derrotó al sueco Lennart Johansson) y retenerla en 2002 (se impuso al camerunés Issa Hayatou) fue el brazo fuerte de la campaña qatarí, Mohammed bin-Hammam. Todavía después del Mundial 2010, cuando adquirían posiciones los eventuales candidatos para la votación presidencial de 2011, bin-Hammam aseguró que apoyaría a su gran amigo Blatter.

Por esas fechas, bin-Hammam debió coordinar una reunión en el Palacio del Eliseo (sede del Ejecutivo francés) que involucró al presidente Nicolás Sarkozy, al titular de la UEFA, Michel Platini, y al hoy emir de Qatar.

Ese día se redefinió el destino del Mundial 2022 y acaso también de 2018, considerando que rusos y qataríes consumarían una alianza que probaría ser invencible.

Cuando Platini entró al Eliseo tenía prometido su voto a Estados Unidos y al salir ya lo había reconsiderado para el emirato. Ahí se pactó que el ilimitado capital qatarí compraría al club París Saint Germain (del que Sarkozy es aficionado) y que se fundaría una televisora que inyectaría dinero al futbol francés (BeIN Sports, parte de al-Jazeera). Al paso del tiempo trascendería que Laurent Platini, hijo de Michel, ya trabajaba como ejecutivo para una empresa del emir.

Sin los acuerdos de esa reunión, que incluyeron que el ex 10 de Francia respaldaba al pequeño país del Golfo, el Mundial 2022 hubiese sido en Estados Unidos. Tal como Platini pensaba antes del Eliseo y tal como Blatter siempre quiso.

Ya después, bin-Hammam se rebeló contra Blatter y lo desafió en unas elecciones, tras lo cual Sepp estuvo a nada de quitar la sede al emirato; eso sólo lo evitó la amenaza de último momento de que se publicara información sensible que tenía el ya purgado de la FIFA bin-Hammam, de cuando cabildeaba para él.

Por eso la caída de Platini está tan vinculada con el Mundial 2022, aunque eso no significa que ya le hayan encontrado dinero ingresado por su voto. Siempre podrá clamar, como ha reiterado su abogado, que prefirió a Qatar por defender los intereses de su país y que su hijo consiguió el puesto de trabajo sin su injerencia.

Parte de lo que esconden esos subterráneos del búnker que la FIFA recién había estrenado cuando Blatter me lanzó una sonrisa incrédula al escuchar que Qatar deseaba un Mundial.

Twitter/albertolati

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