Hasta hace unos meses los vecinos todavía se aferraban a aquella máxima de que “si no te metes con ellos, ellos no se meten contigo”.

 

Un tiempo atrás aún podían caminar por las calles con la seguridad –qué ironía decir esa palabra en estos días– de que si no estaban metidos en el negocio del narcomenudeo, nada podría pasarles.

 

Salían por la leche a las cinco de la mañana, a trabajar a las seis, a la escuela a las siete y de regreso por la noche a sus casas. Aún no tocaba a sus puertas el miedo de no volver con la familia.

 

Las medidas de precaución habían llegado no sólo a cerrar la puerta con llave, sino a dictar reglas extraordinarias para contingencias nuevas como alejarse de las ventanas cuando escuchaban detonaciones a la mitad de la noche y así evitar que una bala perdida impactara en un blanco inocente.

 

Las cosas han cambiado en Lomas de San Lorenzo, en Iztapalapa. Según los datos de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México, es la segunda colonia más peligrosa de la capital del país con un récord de ocho homicidios dolosos a la semana. Más de una persona muere en las calles de esta zona.

 

Pero ésa es sólo una estadística, porque en un día, en un mismo lugar y hasta en un solo instante, más de una persona puede ser ejecutada.

 

A finales de 2018, un hombre fue asesinado con saña frente a la Escuela Francisco Sosa, y cuentan los vecinos, eso desató una ola de ajustes de cuentas entre bandas de narcomenudistas.

 

Esa inercia rencorosa –que también atribuyen a las peleas tras la muerte de Jesús Pérez Luna, el Ojos, en 2017, llevó a que unos meses más tarde, a unas cuadras de donde fue ejecutado ese hombre, varios sujetos llegaran hasta la esquina de las calles Everardo Gámiz y Las Torres, y en medio de una fiesta con motivo de los carnavales del pueblo de San Lorenzo, desataran una balacera que dejó un saldo de tres muchachos asesinados y al menos siete heridos.

 

No hay una estadística que lleve aun cómo han cambiado los comportamientos de los vecinos de esta colonia –donde además de los ajustes de cuentas, también se han registrado feminicidios que siguen sin resolverse–, pero éstos han cerrado más temprano sus negocios, algunos han dejado de salir a la calle y otros han decidido mejor mudarse a otras zonas de la ciudad en espera de que la situación mejore.

 

Se ha roto aquella máxima de que “si no andas metido en el negocio, no va a pasarte nada”, y lejos de eso se ha instaurado en el consciente de dicha colonia, el miedo.
Estoy seguro que así como en esta colonia, la historia se repite en muchas más de la capital o del país, cuando las calles han dejado de ser de quienes viven en ellas, para ser propiedad de quienes disparan el miedo.

 

En el baúl: así como ha pasado con trabajadores del sector salud o del Sistema de Administración Tributaria, la bomba no tarda en estallar en el Instituto Nacional de Migración. Ante los recortes de personal, quienes aún laboran en el organismo se han tenido que aplicar con jornadas que no les dejan tiempo ni para ver a sus familias hasta por tres meses.

 

 

 

jhs