Ha sido simultáneo. Al tiempo que México consumaba la peor actuación de su historia en Mundiales sub-20 y Gerardo Martino se enteraba de nuevos indispuestos para jugar la Copa de Oro, era anunciado con mucho entusiasmo un torneo que enfrentará a equipos de Liga Mx y Major League Soccer.

Con nuestro futbol, ya se sabe: entre más vemos hacia el norte, menos priorizamos el balón.

Por supuesto, se entiende que esto es un negocio y se han de buscar esquemas que lo hagan no sólo viable sino incluso atractivo para quienes en él invierten. Parte del interés del Atlético de Madrid en México, según me explicaba en una entrevista reciente su propietario, Miguel Ángel Gil Marín, es la posibilidad de acercarse desde el mercado nacional al del vecino al norte. No obstante, todavía cuesta entender que por decisión propia hayamos permitido que nuestros clubes desistan del roce y aprendizaje que supone la Copa Libertadores, así como la incapacidad de conciliar para que el Tri continuara en la Copa América (y no con planteles alternos como en 2011 o 2015, sino con todo, como sucedió entre 1993 y 2007).

Eso por un lado, admitir el vacío que queda con las fechas FIFA desperdiciadas en ese adefesio llamado Liga de las Naciones de la Concacaf y los veranos tomados por esa Copa de Oro que quita mucho más de lo que da –así podemos explicarnos la ausencia de tantos estelares, por mucho que duela ver que se de la espalda al uniforme tricolor: ir a Copa Oro es exponerse a patadas y críticas, a cambio de muy poco; si se gana, sólo se ha cumplido; si se pierde, la tormenta.

Por el otro, evitar simplismos. Tan absurdo como limitar la culpa al seleccionador sub-20, Diego Ramírez, o al momento futbolístico de Diego Lainez, es pensar que todo ha sido culpa de la cantidad de extranjeros en la Liga Mx.

Mientras que no exista un marco de detección de talentos, metodología y desarrollo unificados, atención celosa a cada paso del proceso y en todo confín de la república, protección de la promesa desde lo deportivo y lo humano, seguiremos igual. No es que trabajemos peor que antes, es que hemos crecido muchísimo menos que buena parte de los futboles.

Entonces, si queremos vestirnos de inquisición y señalar a esta sub-20 como el mal mayor, recordemos que las causas son innumerables. Lo mismo si los dedos acusadores están listos para atacar a los europeos que se borraron de la Copa Oro.

Empecemos por ver la prioridad federativa de girar hacia Estados Unidos y olvidarse de Sudamérica, sacrificando tanto. Añadamos que exigimos a nuestros seleccionados como si estuviésemos habituados a ser semifinalistas de cada Mundial. Continuemos por asimilar que en términos de formación, quien llega suele ser más pese al sistema que por el sistema; no siempre, pero a menudo.

Twitter/albertolati

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