Cuando Londres 2012 estaba por comenzar, el Comité Olímpico Internacional admitió sus temores ante los medios: su principal amenaza había dejado de ser el dopaje y ahora se focalizaba en el amaño de partidos.

La maniobra anónima a través de internet, más el enlace con mafias situadas a miles de kilómetros del estadio, más diversos mecanismos para ponerse en contacto y corromper a los deportistas, generaban un enemigo muy difícil de combatir.

Por esos años circulaba un gran trabajo de investigación del periodista canadiense Declan Hill. En el libro Juego Sucio detallaba el funcionamiento de esas redes para alterar resultados y comprobaba sus efectos en numerosos partidos tan relevantes como de Copa del Mundo.

Hoy, como cien años atrás, comprar a un equipo no sólo es posible, sino que sucede. Eso de ninguna forma significa que todos estén en venta, pero lo que antaño no podía erradicarse (recordemos el intento de intervención de los apostadores en la carrera de remo entre Harvard y Oxford de 1869; similar, el escándalo de los Medias Negras de Chicago en la Serie Mundial de 1919), resulta todavía más difícil de combatir con la tecnología actual.

Lo común al especular sobre cierta manipulación de marcadores es aseverar que el árbitro marcó tal penalti a cambio de dinero, o que el portero recibió tan ridículo gol por sobornos, o que el delantero falló a puerta vacía por estar coludido. Sin embargo, la única herramienta que existe hoy de detección de estas operaciones es la actividad anormal del mercado de apuestas.

En esos tres partidos de España que detonaron la detención de futbolistas y directivos de este martes, el común denominador fue ese: descubrir un volumen anormal de colocaciones de dinero desde diversos confines del planeta a cierta variante. ¿Qué tan anormal? Hasta catorce veces más pronunciado de lo habitual.

Cuando en 2011 el Olympique de Lyon logró meterle siete goles como visitante al Dinamo de Zagreb, clasificándose gracias a eso a la siguiente ronda de la Champions, hubo severas sospechas. Pese a ello, las apuestas funcionaron con total normalidad lo mismo que los movimientos bancarios de los involucrados, así que el caso se archivó por falta de argumentos.

“Si el futbol está amenazado, ¿quién lo vigila? ¿Quién lo protege de los intrusos que intentan matarlo?”, cuestiona Declan Hill en Juego Sucio. Tema de altísima complejidad, porque la mencionada investigación española se desató a partir del exceso de apuestas, mas, ¿qué sucede al cuidarse la información de que alguien se ha arreglado y ser pocas las apuestas? Seguramente, nada.

Declan Hill habla de esos muchachos asiáticos que acuden a partidos de divisiones menores en Inglaterra, mensajeándose con emisarios en sitios tan remotos como Tailandia o Malasia. A ese nivel, basta con pararse afuera del entrenamiento para interpelar a todo jugador y proponerle un desfalco. ¿Hay manera de prevenirlo? No mucha, pero eventualmente la verdad puede prevalecer.

Por ello es tan necesaria una operación como la de España de este martes: para mostrar que, hasta para algo tan rutinario como desvirtuar la pasión de cientos de millones, hay límite.

Twitter/albertolati

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