Las elecciones europeas que se llevaron a cabo en los (todavía) 28 Estados miembro de la Unión Europea fueron, sin duda, los comicios más controvertidos desde que se celebró este ejercicio democrático por primera vez, en 1979, sobre todo porque los ciudadanos tuvieron que elegir a los eurodiputados que los representarán en el Parlamento Europeo en un contexto de creciente incertidumbre, producto de acontecimientos que han confluido con un solo propósito: minar el camino de la construcción europea.

Nos referimos, de manera enunciativa mas no limitativa, a la eventual salida del Reino Unido de la UE, al ascenso de Gobiernos eurocríticos y euroescépticos, a los movimientos populistas antieuropeos y, en general, a la exacerbación de nacionalismos que ven al proyecto de integración como la causa de todos los males que aquejan a sus respectivas sociedades.

Este escenario, que a primera vista parecería poco halagüeño, encuentra en el resultado de estas elecciones una oportunidad única para que las instituciones europeas y los líderes proeuropeos replanteen un proyecto económico y político que se enfoque en atender las demandas sociales, pero sin perder de vista que la mejor solución es fortalecer el proceso de integración desde adentro, generando una mayor confianza ciudadana y promoviendo a ultranza los beneficios de pertenecer al bloque regional más exitoso que ha existido hasta el momento.

Como ya se anticipaba, los partidos europeos tradicionales que están a favor de mantener a la UE obtuvieron el mayor número de escaños (Partido Popular Europeo con 180 eurodiputados y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas con 145 eurodiputados), aunque en términos reales han perdido la mayoría absoluta que habían logrado de manera consecutiva desde 1979 y que les permitía contener a los partidos contrarios.

En un segundo bloque se encuentran los partidos europeístas moderados que propugnan por cambios radicales para mejorar el rendimiento de la UE y la calidad de vida de los ciudadanos.

Valdría la pena preguntarse si la pérdida de mayoría absoluta de los partidos tradicionales y el ascenso de partidos antieuropeos es un reflejo de la pérdida de credibilidad que ha sufrido la UE como consecuencia de una crisis multidimensional que se ha prolongado en el tiempo, que no ha encontrado en las fronteras nacionales un límite real y que no se ha sabido manejar desde las instituciones comunitarias. Es momento de que los líderes europeos, más allá de celebrar la contención de los movimientos populistas y euroescépticos, se reúnan para transformar la crisis en una ventana de oportunidad que les permita diseñar una estrategia de profundización del proceso de integración eficiente y eficaz.

De manera paralela, los mandatarios de países como Francia, Italia, Reino Unido y Polonia, por mencionar algunos ejemplos, deberán elaborar planes internos para contener a los partidos nacionalistas y xenófobos que han logrado la victoria en sus respectivas jurisdicciones.

* El autor es doctorando en Administración Pública por el Instituto Nacional de Administración Pública AC, maestro en Estudios en Relaciones Internacionales y licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.