De rambla en rambla, de locura de Gaudí a locura de Dalí, entre el Barrio Gótico y la Barceloneta, rebotaba una frase a cada verano por la Ciudad Condal: Aquest any sí.

Más que un grito de batalla o proclama, un mantra con el que la afición blaugrana intentaba autopersuadirse de que el destino inmediato pintaba más exitoso, que el Barça en gestación era mejor que el anterior, que los trofeos al fin dejarían de ser ajenos en la siguiente temporada.

Demasiados años de títulos diluidos, contrastados con la implacabilidad del rival madridista y reforzados por dolores sociopolíticos, habían forjado traumas profundos en el Camp Nou.

Cada año era igual. Pocas semanas separaban a la expresión catalana Aquest any sí (“este año sí”) del perder la esperanza, feligresía culé tan pronta para creer como para hundirse en la más honda depresión. No sólo eso, sino que en su fe radicaba algo de paranoia, mezcla de fatalismo y victimismo: ¿qué se pudriría en el camino?, ¿alguna lesión, poste, entrenador encaprichado, conspiración?

Testimonio de otra era, Aquest any sí tuvo sentido en los áridos sesenta y setenta, 24 años en los que apenas se ganaría una liga; lapso en el que de la quimérica Copa de Campeones de Europa, de origen tan del Madrid, no hubo ni rastro.

Por ello, justo después de la partida de Pep Guardiola, con la grandeza tan fresca y latente, el escritor Jordi Soler me explicaba que su generación de aficionados inconscientemente espera que esa catarata de trofeos frene: una forma de entender que todo vuelve a ser normal.

Ese Aquest any sí empezó a caducar con el Dream Team dirigido por Cruyff, con sus cuatro ligas consecutivas, rematadas con la primera Copa de Campeones para la institución. Transformación consumada en la era Guardiola, cuando lo verdaderamente excepcional era que un trofeo escapara de las manos del Barça. ¿Los mexicanos seguiríamos gritando “Sí se puede” si tuviéramos en las vitrinas de la Femexfut un par de Copas del Mundo?

Supongo que no, aunque en Barcelona se quedó impregnado el paranoico Aquest any sí. Y, puestos a usar lo que tienen tan a la mano, lo han adaptado a mayores empresas: ya no basta con suplicar que caiga una liga después de años de espera, sino que se vuelva a ganar todo y jugando como con Pep se jugó.

Dos memorias merodean a este Barcelona: la lejana, de cuando se pedía por la nueva campaña con veladoras destinadas al fracaso; la cercana, de “Cuando nunca perdíamos”, como se tituló un espléndido libro del año del sextete.

Entre una y otra, el aficionado culé se niega a lo intermedio: ni nunca ganar, ni nunca perder, quizá sea tiempo de saber festejar una liga sin lamentarse por lo que no se obtuvo. Aunque luego se recuerda que no quedan tantos años de Messi y se vuelve a la hueca ansiedad que rebota de rambla en rambla.

Twitter/albertolati

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