Reactivo el Gobierno entero, reactiva la sociedad. La contaminación ha pasado a preocuparnos sólo cuando dejamos de tolerarla al punto de la asfixia; cuando el límite se trastoca y se refleja en mareos y dolores de cabeza intensos. Cuando nos obliga a no salir y convierte a nuestras casas o sitios de trabajo en madrigueras.

Lo cierto es que el fenómeno es ya permanente y cada vez más agudo como las partículas PM 2.5, tan finas que sólo se observan en un microscopio, pero que producto de sulfatos y nitratos pueden penetrar hasta los cubrebocas, ingresar fácilmente a nuestros pulmones y generarnos serios problemas respiratorios.

La pasada contingencia ambiental, levantada el sábado, no sólo fue producto de los incendios, altas temperaturas, falta de vientos y fenómenos climatológicos inusuales, sino de nosotros mismos, de nuestra falta de compromiso con nuestro entorno.

En lo que hace a la tardía reacción del Gobierno de la Ciudad de México no podemos aplaudir una justificación repleta de desidia, pero también de soberbia y resumida en la frase: “La administración anterior no dejó un protocolo especial para contingencias”. Como si cualquier gobernante recién llegado requiriera un instructivo para ejercer el poder.

La emergencia sirvió, además, para que en el Gobierno se enteraran que había una Comisión Ambiental de la Megalópolis acéfala y para que la secretaria del Medio Ambiente, Josefa González Blanco, ahora sí, se animara y decidiera nombrar al doctor Víctor Hugo Páramo al frente.

La contaminación, por supuesto, no es un asunto exclusivo de la zona metropolitana, sino ha sido uno de los males intrínsecos de las sociedades modernas.

De hecho, el desarrollo de las naciones ha estado peleado con el medio ambiente. Con la Revolución Industrial surgió la imperiosa necesidad de quemar carbono y petróleo, cuyas emisiones de gases de efecto invernadero son innegables. Desde la segunda mitad del siglo XVIII estamos sobrecalentando al planeta, pues resulta que las potencias para ser potencias han tenido que contaminar demasiado. En su momento Inglaterra, ahora China y Estados Unidos lideran la lista.

Y a pesar de tratados y palabrería, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) registró en 2018 el aumento más significativo de emisiones de dióxido de carbono (C02) en los últimos cinco años.

Las consecuencias han terminado por alcanzarnos: la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que la contaminación del aire produce ahora una de cada 10 muertes en el planeta.

La pasada contingencia debe servir para redescubrirnos como sociedad civil y decidirnos, cada uno, a hacer lo que nos toca para disminuir los contaminantes. Desde organizar los residuos sólidos, hasta pensar en estrategias de movilidad menos dañinas para el ambiente.

La gravedad del asunto nos convoca a no olvidar hasta que nos estalle otra situación límite. Por cierto, si de protocolos se tratara, ya vienen las lluvias; ojalá se vayan buscando los protocolos contra inundaciones.