El presidente Andrés Manuel López Obrador está convencido que basta con que él firme un memorando para que se cancele automáticamente una reforma constitucional en materia educativa.

No habría razón para que no creyera que basta con un “hágase” desde su escritorio de Palacio Nacional para que se pueda forzar un crecimiento económico de 4% al año.

De hecho, a la par que el INEGI daba cuenta del peor resultado económico trimestral para el inicio de un sexenio desde hace más de 20 años, el Gobierno federal mandaba, en el límite del tiempo, el Plan Nacional de Desarrollo (PND) en el que estima precisamente eso: un crecimiento inalcanzable de hasta 6%.

Hay un divorcio entre la realidad y el discurso, lo cual es propio de un Gobierno tendiente al populismo. El problema es que pueda haber una división entre lo real y lo que imaginan posible desde el Gobierno.

La caída del Producto Interno Bruto de 0.2% durante los primeros tres meses de este año es un dato frío e incontrovertible. No es mala fe de los analistas, es evidencia de que algo no se está haciendo bien en materia económica.

Es inaudita la manera como el Gobierno cierra los ojos a las evidencias de que sus propias acciones están desalentando el crecimiento. La búsqueda de culpables donde no los hay sólo acabará por tirar las expectativas de mantener la estabilidad económica en este país.

Es la fecha en que el Presidente de México cree que los efectos negativos, duraderos y exponenciales de la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco son un invento fifí. Es un fantasma para el resto de su gobierno.

Otras malas decisiones también han influido, como cortar el suministro de gasolinas por tanto tiempo al inicio del año a tantas entidades, permitir los bloqueos a las vías del tren o el fomento de huelgas en las maquiladoras; son sin duda lastres que se pusieron artificialmente a la economía.

No hay manera de que este país pueda conseguir un crecimiento anual de 4% y un último año de Gobierno de 6% al paso que vamos, tal como lo promete el PND.

Y no porque un trimestre negativo sea la golondrina que hace verano de un crecimiento nulo. Más bien, por las claras evidencias de que no se quieren encender los motores de la inversión privada, con la llave de la confianza, para lograr el crecimiento.

Pero en ese mundo paralelo, en el que todo se puede porque son diferentes y no son corruptos, puede el Presidente ordenar que se crezca por decreto. Entonces sí empezarán los problemas.

Una cosa es mantener la economía estancada sin crecimiento, por debajo incluso del potencial que había mostrado en sexenios anteriores. Y otra cosa muy diferente es arriesgar la estabilidad macroeconómica para provocar un crecimiento artificial de la economía.

Basta con una orden ejecutiva para que su mayoría legislativa implemente incentivos fiscales, excesos de gasto o mayor endeudamiento para que la economía se infle de manera temporal y con cargo a una segura crisis financiera futura.

 

 

fahl