El pasado 11 de abril, al ponerse en marcha el primer Taller para la Elaboración del Programa de Gestión Ambiental de la Calidad del Aire (Proaire) de la Zona Metropolitana del Valle de México 2021-2030, llamó la atención la observación que hizo la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, en el sentido de que no habrá ocurrencias en su gobierno para resolver problemas. Y reafirmó que en el caso particular del diseño del próximo Proaire, se convocaría a científicos nacionales y extranjeros de primer nivel (aunque esto no es nuevo, ya se ha hecho).

Sin temor a equivocarme, la palabra “ocurrencias” llevaba una carga política contra pasadas administraciones capitalinas en lo referente a la lucha contra la contaminación atmosférica. De lo contrario, sobraba el comentario.

Al respecto habría que precisar que en el diseño de los últimos dos Proaire (2002-2010 y 2011-2020), los ha coordinado y supervisado el Premio Nobel de Química, Mario Molina. Y lo ha hecho con investigadores nacionales y extranjeros de primer nivel, por lo que no hay nada nuevo en la materia. Además, en cada Gobierno en turno, local y federal, el científico Mario Molina le ha dado puntual seguimiento a la aplicación de medidas para mejorar la calidad del aire en el Valle de México, lo que de alguna manera ha impedido ocurrencias. Y ahora nuevamente el Nobel mexicano será el encargado en instrumentar el Proaire de la próxima década.

Lo que sí es importante señalar es que existe descoordinación en los planes metropolitanos debido a los tintes políticos de cada Gobierno en turno, tanto capitalino como mexiquense. Y vale precisar que la esencia del mismo Proaire integra un diseño estratégico para la Ciudad de México y los 18 municipios mexiquenses que colindan con la CDMX.

Va un ejemplo, es la hora en que el programa de Verificación Vehicular está separado entre la CDMX y el Edomex, la tecnología y los criterios de medición no están homologados; la fractura data desde hace más de 15 años por supuestos trámites laxos en la entidad mexiquense en la prueba de emisiones. Lo cierto es que en ambas entidades la corrupción en la verificación siempre permeó y no está erradicada.

Este caso no es menor, sobre todo cuando en el Valle de México existe un parque vehicular de casi 10 millones de automotores, y según datos oficiales, seis de cada 10 unidades provienen del Edomex, y el municipio con mayor flota de automotores es Ecatepec con más de 800 mil unidades.

Tal vez en una cuestión tenga razón Sheinbaum; las ocurrencias en el diseño de políticas públicas no deben existir. Y en caso de que en el ámbito de las políticas ambientales sí se hayan colado, pues entonces es responsabilidad de las hoy autoridades capitalinas señalar dónde se cometieron este tipo de irresponsabilidades y quiénes fueron, ya que se jugó contra la salud de millones de personas.

El instrumento que será el eje rector en el combate a la contaminación atmosférica para la próxima década debe pugnar también por la homologación de planes ambientales entre el Edomex y la CDMX. Y aún más, si hoy contamos con una Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe, que además integra a las entidades de Hidalgo, Puebla, Tlaxcala y Morelos), pues que las futuras políticas del Proaire cubran con igual rigor a esta gran zona territorial por donde las concentraciones de gases tóxicos se mueven sin fronteras.

Cada diseño del Proaire nos cuesta caro; según las autoridades de la CAMe, los anteriores programas rondaron entre los 120 y 150 millones de pesos. Por eso es importante la coordinación efectiva metropolitana y de la megalópolis, y no las ocurrencias, y tampoco a los señalamientos o acusaciones sin sustento. Ojalá el rigor científico se imponga, y que no sean las corrientes políticas las que dominen esta lucha por un ambiente más sano.