Detonado por una legítima lucha contra el incremento de las cuotas, la UNAM estalló el 20 de abril de hace 20 años un paro que duró más de 10 meses, el más largo que ha vivido la institución.

En principio arrancó simpatías de aquellos grupos que lo consideraban un golpe, no sólo al statu quo de la universidad, sino también al del país, pero después todo se salió de control y tuvo que entrar la Policía Federal Preventiva a recuperar las instalaciones, acción avalada por el ex rector Juan Ramón de la Fuente. Y más de 300 estudiantes fueron detenidos, acusados de terrorismo, incluso con la aprobación de la izquierda mexicana, la misma que al inicio alentó el movimiento del CGH.

Algunos medios y políticos autodenominados de izquierda aplaudieron y magnificaron las medidas tomadas en asambleas estudiantiles a mano alzada, primero muy nutridas y pretendiendo ser representativas. Después secuestradas por los grupos “ultras”, quienes expulsaron a sus contendientes y usaban las asambleas para legitimar, según ellos, “por mayoría”, acciones que involucraban a toda la universidad.

Una parte de los estudiantes se inspiró en el paro estudiantil del CEU, en 1985, pero muchos no se dieron cuenta que también estaba contaminado por los rencores surgidos en ese movimiento, a cuyos líderes acusaban de haberse vendido, muchos de ellos a cambio de becas en el extranjero.

Al paso de los meses, liderazgos moderados del Consejo General de Huelga, a los que ya hemos visto recientemente como diputados o funcionarios del PRD y de Morena –y del actual Gobierno federal–, mantenían contacto con grupos externos (Ariadna Montiel, subsecretaria de Bienestar, es un ejemplo).

El sol azteca estaba en el poder en la Ciudad de México y algunos de sus funcionarios alimentaban con recursos a corrientes estudiantiles. Otros sólo los motivaban.

Al principio, el paro estudiantil se observó como “una fiesta de la democracia estudiantil”, de la cual se podrían aprovechar corrientes de partidos políticos, pero poco a poco los pupilos de quienes aplaudían el paro fueron perdiendo espacios; los expulsaron, uno a uno, e incluso “los ultras” los sacaron a golpes de las asambleas.

Pasaron los meses y muchos jóvenes dejaron la universidad para ponerse a trabajar. Sólo un pequeño grupo de activistas “moderados” intentaba recuperar el control del movimiento, otro grupo, que tenía recursos para entrar a universidades privadas o para ir a estudiar al extranjero se fueron a seguir sus estudios y abandonaron el movimiento.

#¿LoboEstásAhí?

El rencor hacia las supuestas transas de los anteriores movimientos (el del CEU, el principal) y contra “las autoridades perfumadas” –así les decían– terminaron con la expulsión de los activistas moderados. Y se impusieron acciones que legitimaban con consultas simuladas a la comunidad. La división era más intensa. Cerca de los 10 meses de paro no había diálogo, sólo descalificaciones e insultos. En una sesión del CGH, hasta alambres de púas pusieron para evitar que los disidentes tomaran la mesa. Tuvo que entrar la PFP a recuperar las instalaciones.