En México somos proclives al autoritarismo. Lo dice la historia y también los datos. Por ejemplo, según un estudio de Pew Research de 2017 sobre el compromiso con la democracia representativa en 38 países (véase: http://pewrsr.ch/2zsovfo), solo 9 % de los mexicanos reportaron un compromiso firme con este modelo de gobierno; 48 % declararon ambigüedad (más o menos comprometidos); y 27 % se posicionó como antidemocrático.

 

Un país donde casi el 30 % de sus adultos considera preferible una tecnocracia (gobierno de expertos), un líder “fuerte” o un gobierno militar, a una democracia representativa o directa, es un país en el que las autoridades democráticamente electas tienen la obligación de comportarse como tal para proteger dicho modelo que, tal parece, descansa en alfileres.

 

Porque México es tierra fértil para el autoritarismo, el memorándum que envió López Obrador ordenando a miembros de su gabinete desconocer una parte de la Constitución, es particularmente peligroso ya que juega con la posibilidad de que el Ejecutivo decida cuáles leyes cumplir y cuáles no. Pero lo espeluznante no es solo el desdeño por los procesos, sino que probablemente una porción considerable de mexicanos proclives al autoritarismo apoyan arbitrariedades de ese estilo ya que muestran “fuerza” (pero no Estado de Derecho).

 

En “Política: ¿por qué importa?” (Polity, 2019), del profesor de Política en Cambridge, Andrew Gamble, se aborda un claro ejemplo (guardando las proporciones, claro) de cuando se destruye la democracia apoyándose en tendencias o ideas autoritarias que llevan tiempo flotando entre la población (en este caso, el antisemitismo europeo de finales del siglo XIX): “La decisión del gobierno Nazi de primero quitarles sus derechos civiles y políticos (a los judíos) … se basó en las doctrinas nacionalistas y raciales que habían adquirido tal retención en la población alemana, y en parte explica por qué tantos ciudadanos alemanes permanecieron pasivos cuando la campaña contra los judíos cobró fuerza” (p. 61).

 

México es una democracia joven y frágil. En términos de crianza: el niño ya creció y hoy es un adolescente un tanto rebelde, pero lo que aprenda (u olvide) en estos años cruciales para su desarrollo, afectará sus capacidades futuras. El ser un hombre perdido y agresivo o uno con rumbo y respetuoso, se definirá en esta etapa. El que el presidente sea el primero en desconocer las leyes que juró proteger es una señal preocupante. Por ello, la principal responsabilidad de nuestro tiempo es no ser pasivos a la hora de proteger la democracia.

 

@AlonsoTamez

 

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