Acabo de terminar “El mito del líder fuerte” (PRH, 2018), de Archie Brown, profesor emérito de política en Oxford. El libro habla de los distintos tipos de liderazgo político en el siglo XX y principios del XXI, y cómo este puede descansar sobre actitudes tan diversas como un carisma innato, violencia, buenas lecturas del termómetro social y/o un oportunismo gigante.

 

En el capítulo 4, “Liderazgo político transformador”, Brown analiza cinco casos en los que el líder político jugó “un rol decisivo para introducir un cambio sistémico (cualitativamente positivo), ya sea en el sistema político o económico de su país … sin recurrir a la toma violenta del poder o a la coerción física de sus oponentes” (p. 148), siendo Charles de Gaulle, Nelson Mandela, Deng Xiaoping, Adolfo Suárez y Mikhail Gorbachev, los referidos.

 

Entre estos dos últimos, Suárez y Gorbachev, hubo una similitud importante: ambos eran hombres de alto rango en el sistema autoritario que luego desmontaron. Antes de ser designado presidente del gobierno en 1976 por el Rey Juan Carlos (quien, a su vez, había sido designado jefe de Estado sucesor por Franco antes de su muerte), Suárez era el líder del partido único franquista y antes había sido el director de Radiodifusión y TV del régimen.

 

Por su parte, Gorbachev, antes de suceder a Konstantin Chernenko (quien murió por enfisema, hepatitis crónica y cirrosis a los 73 años) como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1985, había sido miembro del comité central de la organización desde 1971 y, posteriormente, también su secretario de Agricultura.

 

Suárez, con el apoyo del Rey Juan Carlos, comenzaría a desmontar el aparato franquista para transitar a la democracia: logró la autoeliminación de las Cortes Franquistas (el parlamento simulado del dictador); legalizó los partidos opositores, incluyendo al Comunista; y organizó las primeras elecciones democráticas en España desde 1936, mismas que lo llevaron a la presidencia por derecho propio en 1977. Y todo esto ante la resistencia del ejército franquista que, en 1981, intentaría un golpe de Estado.

 

Gorbachev lanzaría un proceso de democratización vía la introducción de elecciones competitivas, al punto de que su preferido para la presidencia rusa (en ese momento, distinta a la de la URSS, cuyo mando tenía Gorbachev) perdería en 1991. Asimismo, promovería la libertad de expresión y religiosa; el inicio de la liberalización económica; el apoyo a la autodeterminación de los países europeos bajo el manto soviético; y una transferencia gradual del poder desde el Partido Comunista hacia las instituciones públicas. Y todo esto ante la resistencia de la línea dura del partido que, en 1991, intentaría un golpe de Estado.

 

Suárez cimentó la hoy sólida democracia española, particularmente con el proceso de redacción pluripartidista, y ratificación en referéndum, de la nueva Constitución española en 1978. El esfuerzo democratizador de Gorbachev, sin embargo, sería truncado por la ineptitud y corrupción de Boris Yeltsin, su sucesor inmediato, y quien entregó el poder a un autócrata gangsteril más acorde a las añoranzas rusas por un líder “fuerte”, Vladimir Putin.

 

Pero, ¿qué tiene que ver esto con Cuba? Como sabemos, en 2018 Raúl Castro dejó la presidencia de la isla tras 12 años, designando a su primer vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, como su sucesor. Sin embargo, Raúl aún mantiene el cargo de primer secretario del Partido Comunista de Cuba, que lo hace la máxima autoridad del Estado. Si bien no ha habido cambios sustanciales con Díaz-Canel, vienen años decisivos para la tierra de José Martí. La muerte de Raúl, cuando ocurra, será la oportunidad más grande para la democratización de la isla en seis décadas. Díaz-Canel, como Suárez y Gorbachev, es un hombre del sistema y, por lo tanto, quien podría ayudar a desmontarlo pacíficamente.

 

Sin embargo, la cuestión principal, suponiendo que no se desata una violenta lucha por el poder en la isla, es si Díaz-Canel estaría dispuesto a darle a los cubanos los seis ejes que, según el politólogo estadounidense Robert Dahl, constituyen la democracia representativa: autoridades electas; elecciones libres, justas y frecuentes; libertad de expresión; fuentes alternativas de información (prensa libre y diversa); libertad de asociación (en partidos políticos, ONG’s, etc.); y una ciudadanía inclusiva (todo adulto tiene los mismos derechos).

 

Al nadar a contracorriente para hacer al hombre un poco más libre, Suárez y Gorbachev ganaron su inclusión en lo que el escritor alemán, Hans Magnus Enzensberger, llamó “los héroes de la retirada”. Díaz-Canel, en su momento, tendrá la oportunidad de pasar a la historia como el padre de la democracia cubana, o como otro más de sus carceleros.

 

@AlonsoTamez

 

DAMG