La noche cae sobre los canales de Xochimilco, pero no es un impedimento para que el ambiente suba de tono en las trajineras que navegan por sus tranquilas aguas, donde jóvenes bailan, escuchan música y beben alcohol como si estuvieran en un lugar fuera de la ley; sin embargo, la Policía capitalina también tiene presencia en el lugar.

A las 19:00 horas, el comandante Joel Castro Sánchez forma a sus agentes para que lo escolten durante el recorrido de rutina por los canales que conectan a los lagos que aún existen en Xochimilco, restos de los que en la época precolombina ocuparon la mayor parte del territorio de lo que hoy es la Ciudad de México.

Antes de zarpar del módulo de la Secretaria de Seguridad Ciudadana (SSC) en el embarcadero de Nativitas, los agentes revisan que sus embarcaciones estén en buenas condiciones, pues aunque las aguas son tranquilas, están plagadas de algas que podrían poner en riesgo su integridad.

Castro sube a un jet ski (moto acuática) mientras que sus elementos, acompañados por 24 HORAS, abordan dos lanchas, realizando un despliegue para el reconocimiento de la zona y de las trajineras que recorren los canales.

A no más de 40 metros de comenzar la expedición los agentes ribereños se topan con tres embarcaciones ocupadas por un grupo de jóvenes, quienes, ya en estado de ebriedad, pasan de una trajinera a otra, con el riesgo latente de caer en las aguas, en las que la corporación policíaca ya ha salvado cientos de personas anteriormente.

Antes de comenzar a dar las indicaciones, el comandante detecta en cuál de las trajineras está el sistema de sonido que le impide hacerse escuchar por los jóvenes, quienes de pronto se sorprenden al verse rodeados por los agentes.

¡Por favor, bajen el volumen de la música!, ¡por su bienestar les pido que no pasen de una lancha a otra!, grita Castro, con una voz firme y de mando, para que el sonido del reguetón que se oye de fondo no mitigue sus palabras.

Al mismo tiempo, el jefe ribereño ordena a los balseros que separen de inmediato las embarcaciones, para evitar que los jóvenes continúen pasando de una lancha a otra; entre insultos a los agentes, los alcoholizados visitantes se ven forzados a acatar las órdenes.

Sin tomar importancia de las groserías, los agentes continúan con su recorrido con la frente en alto, pues saben que cumplen con su deber y que el objetivo es evitar tragedias como la del 10 de marzo pasado, cuando un hombre murió ahogado al caer de una trajinera.

Debido a la falta de visibilidad, los agentes se comunican mediante señales de linternas y vía radio, siguiendo las indicaciones para rodear o abordar, una tras otra, las trajineras que muestran signos de alerta.

En cambio, en aquellas donde viajan turistas extranjeros, parejas y familias con toda tranquilidad, el comandante se limita a preguntar si todo está en orden y se pone a sus órdenes.

Tras una hora de recorrido, los ribereños regresan a su embarcadero, donde hacen base y resguardan embarcaciones y equipos de buceo, los cuales utilizan para la localización de cadáveres en canales de aguas negras de la capital, cuando la Procuraduría General de Justicia (PGJ) requiere el apoyo.

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