Entre la euforia por la disputa de la final y el éxito del primer Mundial en Rusia, las referencias extra-cancha tras la coronación francesa apenas tocaban la invasión de cancha por miembros de la agrupación disidente Pussy Riot.

Sin embargo, ese día hubo una noticia no sólo de relevancia, sino incluso de escándalo: que en el palco de dignatarios del estadio Luzhniki había estado sentado, muy cerca de Vladimir Putin, Gianni Infantino, Emmanuel Macron y la carismática presidenta croata, Kolinda Grabar-Kitarovic, un personaje con orden de arresto del Tribunal por Crímenes contra la Humanidad de La Haya.

Se trataba del dictador sudanés, Omar al-Bashir, tan discutido en Occidente por su responsabilidad en el genocidio de Darfur como bienvenido por el gobierno ruso a esa cita.

El mismo al-Bashir que este jueves ha dejado de mandar en su país, luego de treinta años de represión y terror.

Diez años antes de esa aparición en Moscú, al-Bashir se vio inmiscuido en las protestas por los Olímpicos de Beijing 2008.

Eran los peores momentos del genocidio en la región sudanesa de Darfur (más de 400 mil muertos, millones de desplazados), consumado en parte con la complicidad del gobierno anfitrión de esos Juegos. A cambio del petróleo sudanés, el régimen chino financiaba en cierta medida las operaciones militares de al-Bashir.

Al mismo tiempo que la antorcha oficial recorría desde Olimpia hasta el Estadio Nido del Pájaro de Beijing a fin de encender el pebetero olímpico, otra antorcha visitaba sitios alguna vez desgarrados por un genocidio como Armenia, Ruanda, Chad, Alemania, Camboya y Bosnia.

Detrás de esa iniciativa se encontraba la actriz y activista, Mia Farrow, quien en una entrevista me explicaba que la historia juzgaría a los socios de ese evento deportivo, a sus patrocinadores, a todos quienes supieron del rol chino en Darfur y no sólo callaron, sino que legitimaron al acudir puntuales a los Olímpicos.

Difícil creer en aquel momento que al-Bashir se aferraría todavía otra larga década al poder. No sólo eso, sino sin que el exterminio en Darfur frenara.
Unos Olímpicos más, los de Río 2016, proyectaron la problemática sudanesa cuando la mitad del equipo de refugiados provenía de Sudán del Sur, escindido formalmente de Sudán en 2001. Nunca olvidaré cuando el atleta Yiech Biel me dijo que soñaba con que sus padres vieran una de sus entrevista y así poderse encontrar… si es que, a diferencia de todos en su aldea, aún vivían.

En el fondo, el problema ahí sigue siendo étnico (el norte árabe imponiéndose al sur africano) así como religioso (unos son musulmanes, el resto dividido entre religiones animistas y cristianas). Curioso en un país cuyo nombre puede traducirse como “tierra de los negros”. O, más bien, donde tiranos como al-Bashir arrasaron a placer con todo, empezando por quienes tenían piel negra.

Twitter/albertolati

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