El Presidencialismo es un sistema de Gobierno, en el que evidentemente como su nombre lo indica, el Jefe del Ejecutivo sobresale sobre los otros dos poderes: Legislativo y Judicial. Sin duda, en la historia de México se debe reconocer factores favorables, pero también cuestiones que se pueden calificar de antidemocráticas en el presidencialismo, régimen que prevalece en México.

 

Entre los aspectos constructivos del Presidencialismo, es que se evita una lucha improductiva y un desgaste entre los diversos factores del poder; el ejecutivo es el “súper poderoso” y al final sus decisiones son absolutas y hasta tiránicas. En nuestro país siempre la figura presidencial ha sido motivo de respeto y veneración, particularmente a partir de los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, incluso a este último se le denominó “el jefe máximo”.

 

Los excesos del Presidencialismo han hecho que se piense como una opción, imponer al sistema parlamentario.

 

En el Parlamentarismo, el jefe del ejecutivo somete un alto porcentaje de sus decisiones a la aprobación de un parlamento que por regla general está conformado por una sola Cámara, la cual discute con el Presidente, estando éste presente, los temas de interés nacional. Es evidente que para algunos en el parlamentarismo se pierda el respeto a la figura presidencial, la cual en nuestro medio llega a alcanzar niveles de deidad, donde la veneración es lo cotidiano.

 

En el parlamentarismo, no solo el Presidente de la República está expuesto a las críticas, también los Secretarios de Estado, a los cuales se les suele denominar ministros, los que también por cierto, deben ser ratificados y aprobados por el propio parlamento, aunque son designados por el Presidente de la República.

 

El riesgo del parlamentarismo es que al crearse un conflicto entre el ejecutivo y el legislativo, cotidianamente se retrasan proyectos y planes, dando al traste con la administración pública.

 

De ahí en un momento dado no sea sano manejarse con lo que bien puede llamarse parlamentarismo puro.

 

En el caso de México lo cierto es que se debe apoyar al Presidente de la República y la mejor forma de hacerlo es quitarle cargas y responsabilidades. Estas las debe compartir con un parlamento, que no fuera tan drástico como el que observamos en algunos países particularmente europeos.

 

Al margen de lo anterior queda el dramático caso del Poder Judicial, el cual mantiene un sistema pernicioso, sumamente criticable y nada justificable. Ello porque es el Presidente de México quien designa a los Ministros de la Corte, lo hace mediante ternas que envía al Senado de la República, pero que si éste no aprueba a un propuesto en la terna el Ejecutivo hace la designación directa. Ante ello nuestra propuesta es en el sentido de designar mediante voto popular a los Ministros de la Corte, sobre la base de exigir requisitos que garanticen la calidad de sus integrantes.

 

Por supuesto lo que es evidente es que México reclama un cambio y necesita urgentemente transformarse con la precisión y claridad de mejorarse.

gac