El deterioro urbano corroe a las ciudades, las hace infuncionales, inseguras, anárquicas, y en el caso de la Ciudad de México la obsolescencia se ha enquistado por años en la estructura social. Nuestro desarrollo es lento y desigual, tanto que los impactos son evidentes en lo económico, social y ambiental. Nos falta mucho para ser una urbe de vanguardia, moderna, funcional y transformadora debido a múltiples factores que la estancan, y tal vez una parte central esté en que no alcanzamos a consolidar la fórmula del reciclamiento urbano, que otras ciudades en el mundo los ha llevado a colocarse con altos índices de bienestar y de sustentabilidad.

Al respecto, el prestigiado ingeniero David Serur Edid me comentó que: “Una ciudad es similar a un cuerpo humano; necesita modificarse continuamente para mantener y mejorar un nivel de aceptación en función del tiempo y del espacio”.

¿Y qué nos ha pasado?, que sólo tenemos identidad a un barrio por haber nacido ahí o por haber vivido tiempos importantes, pero no porque hayan mejorado sistemáticamente.

En cada sexenio los proyectos de desarrollo urbano suben como juegos pirotécnicos, pero se apagan con la misma rapidez con que subieron y sólo nos concretamos a tener una imagen urbana de cambio con casos aislados como el corredor Reforma-Juárez-Centro, Santa Fe, corredor Masaryk y desarrollos incompletos como El Rosario, Cuatro Caminos, Buenavista, La Villa, y en obras viales como el doble piso, por citar algunos casos.

El actual Gobierno de la CDMX anunció hace unas semanas que modernizará la zona industrial de Vallejo -área decadente en la alcaldía de Azcapotzalco-, pero este plan no es nuevo, ya que un proyecto similar se intentó impulsar en el gobierno capitalino de López Obrador (2000-2006), y no se avanzó en nada. La zona de Atlampa es otro caso fallido, que lleva casi 20 años en estudios para reciclarla.

Muchas áreas deterioradas se podrían mejorar con inversiones privadas y públicas, y evaluar si la plataforma de programas y planes generales y regionales de desarrollo urbano de la ciudad y sus alcaldías es la mejor forma para transformar la CDMX y con ello darle un impulso de modernidad para los siguientes 50 años.

En este sentido vale resaltar el caso de Bilbao, que pasó de ser –en menos de 20 años- una urbe decadente con industrias tradicionales para reciclarse y convertirse en una ciudad ejemplo a nivel mundial, resaltando su arquitectura, la cultura, la convivencia y el desarrollo económico. Su fórmula de crecimiento fue: la planificación urbana sostenible. Lo mismo se ha hecho en Barcelona, París, Curitiba, Bogotá, Quito, Lima, Shanghái, Singapur, Nueva York y Buenos Aires, entre otras.

El escultor Miguel Peraza coincide con el ingeniero Serur, ya que agrega que las ciudades que se transforman ayudan a reafirmar la permanencia de sus habitantes por las obras de infraestructura modernas, funcionales, así como de otras obras que buscan la identidad.

No hay duda que un corredor peatonal bien diseñado le ofrece al habitante un espacio de convivencia y de interacción al que si se le agrega la obra cultural lo convierte también en zonas de reflexión, que tanto necesita una persona envuelta en el estrés urbano.

“Se deben buscar puntos de reunión e identidad de los habitantes a través de edificios antiguos, ferias, estaciones del Metro, pequeños predios con obras artísticas, espacios religiosos, deportivos, recreación, redes de ciclopistas, mercados de noche y la limpieza, que no está peleada con la pobreza, ya que las diferencias sociales marginan a las personas”, reafirma Serur.

Hoy que los habitantes de la CDMX reclaman mayor seguridad, pues es el momento de perfilar una plataforma de reciclamiento urbano a largo plazo con planes que no sean sexenales ni de partidos, sino multidisciplinarios. No hay duda que el progreso se logra con orden y planeación sostenida.