Lo de las disculpas del rey de España es ridículo por todos los costados. Nadie tendría que disculparse por algo que no hizo, y por muchos retruécanos dialécticos que le pongamos, por muchos papers de izquierda que citemos, no hay manera de atribuirle a los españoles de hoy las iniquidades de los españoles de ayer. Ayer: 500 años.

Lo interesante es entender por qué el Presidente y su esposa le dieron pie a semejante conflicto. López Obrador dijo que la idea de la disculpa era mejorar las relaciones entre ambos países. Bien, la respuesta española indica que la idea fue contraproducente. Pero sirvió para atraer los focos sobre una ocurrencia. ¿Una cortina de humo? Hay que ser escépticos siempre con esas hipótesis complotistas, pero tal vez lo que sí sea sostenible es la teoría de la bomba fétida. ¿Las recuerdan? Solían usarlas como broma los adolescentes pasados de lanza en los 80, y la usó mi vecino Billy para evitar el examen de matemáticas que, de nuevo, no preparó: la hizo estallar en el bote de basura, el salón fue desalojado y nadie se examinó.

De la misma forma, nuestro Presidente estalla bombas un día sí y otro también, con habilidad: le marca la agenda a los medios y las redes; evita el examen. ¿Qué examen? Uno difícil de pasar, como habrá quedado claro esta semana, que empezó con un abucheo en el campo de beis; siguió con cifras funestas sobre la seguridad; lo enfrentó a una segunda protesta pública en la frontera, por decir que las gasolinas habían bajado cuando no; lo confrontó a varios reporteros; trajo la noticia de que el desempleo subió casi 2%, e incluyó una nueva sublevación de la CNTE, que no se somete, y otra en la cámara por la revocación de mandato, que no logra hacer pasar por lo que no es: democrática.

Lo de la carta al rey, que en realidad lleva rato cocinándose y que nace en efecto parte de una idea ramplona, patriotera, de la historia, es, sí, un buen modo de mover nuestras miradas a otro lado y –como apunta Jorge Castañeda– de cosechar aplausos entre los fieles mientras haces un guiño a las muy reacias comunidades indígenas –fallido: Marichuy respondió que era una simulación–. Bien negociado, el asunto podría haber terminado en una declaración conjunta, fraternal y cosmética. Pero no se trataba de eso: el punto era la bravuconada, la exigencia inadmisible. Hay quien habla de mera torpeza. Ojalá. Porque Billy siguió sin preparar el examen, lo reprobó al día siguiente y además lo cacharon. Eso mismo pasa cuando gobiernas a bombazos.