Luego de la evidencia de la enorme corrupción que había en Petróleos Mexicanos, al menos tres temas son centrales en la comprensión del plan de reestructura de la industria petrolera impulsada por el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

Merecen darles seguimiento.

El primero. Necesitamos tener evidencia de que es mejor producir gasolinas en México que adquirirlas barato en el extranjero y de que, restado el costo de la corrupción, no es mejor el esquema heredado.

Aquí hay una excelente oportunidad de comunicación social de la Presidencia de la República.

Nadie estaría en desacuerdo en que se produzcan las gasolinas que se consumen íntegramente en territorio nacional. En cinco años sumando inversión en refinerías en comparación con la importación de gasolinas, ¿cuál sería el panorama?

Existe un costo en no producir nuestros combustibles nacionalmente desde un punto de vista estratégico y financiero. La pregunta es si ese costo es mayor o menor al de mantener el mismo modelo de importación de gasolinas. La inmensa corrupción ha dañado a la economía nacional tanto como la visión de nuestras potencialidades: las dudas respecto de la conveniencia de un modelo u otro, ¿de qué dependen?

El segundo. No está aún claro cuál es el segmento de trabajadores y especialistas en plataforma que acompañará el proyecto de AMLO en contraste con el demostrado, real y simbólico, durante la expropiación petrolera cuando trabajadores nacionalistas en 1938 y en los años siguientes aseguraron el éxito de la expropiación petrolera.

El evento de este lunes, por ejemplo, dejó claro que no había representación de trabajadores petroleros que valiera la pena invitar.

No se han generado los agrupamientos preparados para ser reconocidos por el Presidente al mismo tiempo que AMLO rechaza la presencia del liderazgo convencional cuyo atrofiado desarrollo en alguna medida permanece como lo hace un segmento del equipo priista en la administración, explotación y distribución del hidrocarburo dentro y fuera del país.

Hay una oportunidad para el esquema, siempre y cuando haya capacidad operativa y política alineada claramente con los aciertos y atajar los eventuales errores del plan.

El tercero. Convertir a Pemex en una empresa modelo, más eficiente que las compañías privadas -lo cual es una concesión generosa si recordamos que muchas de esas empresas participan en fenómenos de corrupción- es una iniciativa cuesta arriba y realizable: a resultados hay que remitirse.

Las empresas están sujetas a las dinámicas de calificación del mercado en sus niveles más cercanos al ciudadano desde el momento en que éste valora precio, servicio y calidad; están bajo el escrutinio de las bolsas de valores y de sus segmentos especializados que, con información sesgada o no, con intenciones publicadas o no, constituyen variables condicionantes respecto de la percepción de lo que esas empresas, como Pemex, pueden o no realizar.

Así que en términos de claridad en la pertinencia de la inversión, para los actores que acompañarán el proceso y quienes calificarán la calidad del mismo, el plan anunciado por AMLO es por lo menos desafiante.

@guerrerochipres