El desarrollo de una metrópoli se mide por contar con vialidades y banquetas funcionales, en buen estado, seguras, iluminadas y con mantenimiento permanente, según plantean los urbanistas.

Sin embargo, nuestro desarrollo urbano avanza por parches, sin planes maestros que rebasen el sempiterno problema de los cambios sexenales y de partidos.

En el caso concreto de la Ciudad de México, y pese a que la Ley de Movilidad coloca al peatón en alta prioridad, éste se enfrenta todos los días a caminar por una infraestructura deteriorada, decadente, insegura, mal iluminada y llena de obstáculos que expulsan al transeúnte a bajarse al arroyo vehicular.

Ninguna zona de la capital del país se escapa a la mala calidad en que se encuentran las banquetas. Ya sea zonas turísticas ubicadas en las alcaldías Cuauhtémoc, Coyoacán y Xochimilco o algunas colonias de alta plusvalía como en la Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Álvaro Obregón o Tlalpan. Y qué decir de Tláhuac, Milpa Alta, Iztacalco, Iztapalapa, Azcapotzalco y la Gustavo A. Madero, donde el deterioro es más avanzado.

Por supuesto que hay algunas excepciones como el corredor Reforma-Juárez y Masaryk, en el que las banquetas invitan a disfrutar la movilidad con una superficie plana, segura, bien conservada, señalizada y con un arbolado controlado que no se desborda ni rompe estructuras.

La pasada administración capitalina estableció un manual -Criterios para el Ordenamiento del Espacio Público-, en el que definió el tipo de banquetas con el esquema de franjas: franja de circulación peatonal (libre de obstáculo, según indica), con un ancho mínimo de 1.20 metros; franja de equipamiento y mobiliario urbano, el cual es para colocar señalizaciones, vegetación y estructuras como paraderos; y franja de fachada, destinada para la permanencia momentánea del peatón.

Y sobre el pavimento las entonces autoridades de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda señalaban que éste debe ser continuo (sin piezas sueltas o irregulares), compacto, sin desniveles ni resaltes, antideslizantes en seco y mojado. Sin duda, todo bien en la parte conceptual, pero en el terreno de la práctica este manual sólo es una base de datos almacenada en archivos digitales o en algunas carpetas de los llamados “libros blancos” tan socorridos en las transiciones.

En 1997, cuando el PRD llegó al Gobierno de la Ciudad de México, las entonces autoridades hablaban de que el PRI había descuidado el desarrollo urbano de la metrópoli por la corrupción, el clientelismo, negligencia y omisión. Pero ni los más de 20 años en que ha gobernado la izquierda en la capital del país se ha visto una evolución de nuestras banquetas más allá de los citados corredores que se embellecieron para atraer inversiones. Ni la Avenida Insurgentes se salva.

Seguimos caminando por aceras invadidas por el ambulantaje (grupos clientelares que constantemente se multiplican), con pavimentos fracturados por el arbolado, por los hundimientos y fugas de agua, con deficiente iluminación y señalización, y hasta con rampas de algunos inmuebles dignas de auténticas trincheras.

Y peor aun, algunos desarrolladores me han comentado que cuando intentaron intervenir las aceras en el entorno de la obra con el fin de hacerles mejoras, sus trabajadores han ido a parar a las agencias del Ministerio Público por daño a la infraestructura urbana.

Tenemos normas, leyes, manuales, pero la ciudad sigue el ritmo de la anarquía con las aceras, pues tenemos parches por todos lados.

De qué nos sirve que al peatón se le eleve como rey en una ley, si en la práctica existe un gran vacío para brindarle la seguridad y el confort para caminar en aceras bien diseñadas, ordenadas y con mantenimiento.

¿Qué seguimos haciendo mal con el desarrollo urbano de la CDMX? ¿Será asunto de partidos o de improvisaciones cada seis años?