Tal vez pocos ciudadanos se percataron de que el famoso “Índice Metropolitano de la Calidad del Aire” (Imeca) fue sustituido, desde el inicio de este año, por el “Índice de Calidad del Aire” en la Ciudad de México.

Pero qué tan significativo o bueno es este cambio, pues podría pensarse que sólo se trata una modificación de enunciados en que se pierde la visión metropolitana. Pero hay una señal clara de que, pese a los avances en los programas para el control de emisiones a la atmósfera, la población requiere de plataformas más precisas y claras para saber qué tipo de gases tóxicos se respiran las 24 horas del día y qué tipo de males nos provocan.

Y vale citar que sólo en 2018 la ciudad tuvo 15 días limpios, libres de altos índices de ozono y partículas suspendidas.

En otras palabras, la contaminación del aire no cede por la alta quema de combustibles fósiles (en el transporte y servicios), y por ello es importante reforzar la transmisión de información de la calidad del aire de una región específica para impulsar medidas preventivas.

El propio Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) reportó que sólo en un año ha atendido a más de 900 mil pacientes con enfermedades asociadas a la mala calidad del aire: asma, conjuntivitis y otitis.

Este columnista ha sostenido diversas entrevistas con el Premio Nobel de Química 1995, Mario Molina, quien ha afirmado que en promedio anual mueren en la Ciudad de México y Zona Metropolitana, 10 mil personas por enfermedades asociadas a la contaminación atmosférica. Mientras, la Organización Mundial de la Salud (OMS) maneja cifras de que 91% de los habitantes a nivel mundial conviven diariamente con aire contaminado, lo que provoca aproximadamente siete millones de muertes prematuras cada año a nivel global.

Y los propios expertos y la OMS nos señalan que la población más vulnerable a la mala calidad del aire por ozono y partículas finas son los menores de cinco años de edad (que respiran más rápido que los adultos e ingieren mayor cantidad de tóxicos) y en adultos mayores. Además, dicho organismo de salud advierte que la mala calidad del aire llega a afectar el desarrollo neurológico y las capacidades cognitivas de los menores.

“Lo más peligroso de los contaminantes son las partículas suspendidas menores a 2.5 micrómetros (PM2.5), pues entran directo a los pulmones y al torrente sanguíneo, y este tipo de tóxicos proviene principalmente de la quema de diésel con alto contenido de azufre, el cual es utilizado por la flota del transporte pesado que circula todos los días en el Valle de México. Hoy, la ciencia nos indica que hay más casos de enfermedades cardiovasculares por este contaminante, pero faltan más estudios científicos para determinar los daños. “En una metrópoli como la Ciudad de México tenemos un gran coctel químico flotando en la atmósfera”, me ha comentado el Nobel, Mario Molina. Y regresando al cambio en el monitoreo de la calidad del aire, las autoridades de la Secretaría del Medio Ambiente capitalina indicaron que los movimientos obedecen a una actualización de la norma ambiental NADF-009-AIRE-2017, con el fin de establecer nuevos lineamientos para la generación, uso y difusión de la calidad del aire. Y con ello se pretende consolidar esta medición como “una herramienta simple, veraz, transparente y oportuna que motive acciones de protección a la salud”.

Y precisan que, en lugar de tener datos por contaminante, ahora tendremos información con todos los tóxicos que respiramos. Y se medirá la calidad del aire buena en el rango de 0-50 puntos y peligrosa al rebasar los 300.

Pero aún nos falta conocer la actualización del inventario de emisiones para saber cómo contaminan el transporte, la industria, áreas de servicios y el sector habitacional cada año.

También se deberían difundir y actualizar los estudios y estadísticas de la morbilidad y mortalidad asociada a la contaminación atmosférica, pues si ya nos están indicando qué estamos respirando, lo mínimo es saber qué está pasando cuando tenemos en un año 15 días con buena calidad del aire. ¿Una buena parte de nuestra población estaría condenada a enfermedades crónicas por las interminables emisiones tóxicas?

Aun con los cambios, la convivencia con un aire sucio sigue siendo dañina.

LEG