Los acontecimientos en Venezuela, así como la posición oficial de México con respecto al conflicto venezolano han dado pie a jaloneos en la opinión pública nacional. Me permito a continuación desmenuzar algunos puntos que se sustentan en falsedades en torno a la crisis de ese país hermano.

Primeramente, suponer que cualquier crítica que se haga al régimen de Nicolás Maduro desde la izquierda es en sí una traición, o incluso un franco alineamiento con el intervencionismo, me parece falaz.

Hace poco se confrontaron en un debate radial dos analistas de izquierda: John Ackerman, nacido en Filadelfia, pero naturalizado mexicano, y Hernán Gómez, de estirpe argentina.

Ackerman se empeñó en descalificar a quienes desde la izquierda opinan que Maduro es un dictador y violador de los derechos humanos. Para él, los opositores al régimen venezolano o son miembros de la derecha disfrazada o, bien, son agentes al servicio del imperialismo norteamericano.

Los sucesos en Venezuela evidentemente despiertan pasiones que nulifican la objetividad. Si Maduro se ha autoproclamado “socialista”, ¿quiere decir que debe ser intocable por parte de quienes preconizan posturas de izquierda?

Recuérdese que también en nombre del socialismo se han cometido genocidios, como los de Joseph Stalin y Pol Pot, en sus respectivas naciones.

Una segunda falacia consiste en creer que el experimento social de Chávez y Maduro ha sido una ruta genuina hacia el socialismo del siglo XXI.

No es así. El socialismo bolivariano no se sustentó en la persuasión y aplicación de políticas que indujeran al desarrollo equilibrado. A diferencia de los regímenes marxistas que imperaron en Cuba y Europa del Este, el socialismo venezolano se implantó sobre una entelequia que combinaba el estatismo con idealizaciones en torno al supuesto legado de Simón Bolívar.

En los hechos, Chávez y Maduro cimentaron su régimen tanto en los dividendos generados por el petróleo, como en la cooptación del Ejército. Su socialismo no generó mejoras en los estándares de vida de la población, ni expandió el sistema de libertades, ni abrió los cauces hacia la participación democrática ni respetó la dignidad humana. Todo lo contrario.

Un tercer argumento, no menos falso, consiste en creer que las desgracias venezolanas son atribuibles exclusivamente a maquinaciones orquestadas por Washington.

Es verdad que desde los tiempos de Barack Obama comenzaron a aplicarse sanciones a los funcionarios más cercanos a Maduro; sin embargo, el gradual menoscabo de la situación social y económica de los venezolanos no puede tener otro responsable que Nicolás Maduro.

Con una inflación de un millón por ciento, y una moneda hiperdevaluada, ¿cómo podrían los venezolanos sentirse felices con Maduro al frente del Gobierno por otros seis años?

Resulta lamentable que haya personas que en su extremismo no puedan comprender que el socialismo bolivariano está acabado, y que ha llegado la hora de ofrecerle una salida al dignatario venezolano, antes de que su país se convierta en un polvorín.

Twitter: @vkerber