Sobre las imágenes de un muchacho inmovilizado con esposas y desplazado por policías, mientras un desorden de cámaras y reporteros le sigue, una voz ronca rebota: “¡Hakeem, no estás solo!, ¡Hakeem, tu familia te ama, tu familia te espera!, ¡Hakeem, no te dejaremos!”.

No era un amigo cercano del joven arrestado ni un reconocido activista, sino un exjugador: el alguna vez capitán de la selección de Australia, Craig Foster, tan conmovido por el caso del futbolista-refufugiado Hakeem al-Araibi, que decidió viajar hasta el aeropuerto de Bangkok para hacerle escuchar su respaldo.

Antes movió cuanto pudo entre autoridades y medios de comunicación deportivos (también fue a Suiza), intentando recolectar apoyos a favor de Hakeem: ese joven que, como muchísimos más en Bahréin, durante la llamada Primavera Árabe salió a exigir Derechos Humanos y mejores condiciones de vida para la mayoría chiita (recordando que la familia real es sunita), lo que propició su detención. Se calcula que unos 150 deportistas de alto rendimiento bahreinís fueron perseguidos y encarcelados, algunos incluso torturados. En la específica situación de al-Araibi, Amnistía Internacional denunció que se le sentenciaba por crímenes tan absurdos, que sucedieron cuando se encontraba disputando un partido oficial ante miles de ojos.

Hakeem fue recibido en Australia como refugiado, ya con su carrera limitada a jugar para un equipo semiprofesional de Melbourne. Estuvo en paz cuatro años hasta que en noviembre viajó a Tailandia y fue arrestado sólo pisar el aeropuerto. Contraviniendo la principal regulación que protege a los refugiados (la de no-devolución que impide su extradición al sitio en el que su vida corrió peligro), un par de semanas atrás al-Araibi parecía condenado a ser devuelto.

Sin embargo, pudo más la voz de Craig Foster. Una voz que solía ordenar a sus compañeros en la media cancha, que rugía para pedir a su defensa que saliera, que urgía a sus delanteros a que volvieran, cambió completamente de giro…, como la vida de Hakeem: siempre deseando ser futbolista, para terminar en el corazón de un lío político tan ajeno al balón.

La principal frustración de Foster fue asumir que la Confederación Asiática no iba a apoyarle. Finalmente, su presidente es la misma persona a la que se acusa de haber reprimido a los atletas profesionales bahreiníes durante las protestas de 2011. El jeque Salman bin-Ibrahim al-Jalifa, excandidato a la presidencia de la FIFA y tan intocable en su millonario país como en la dirigencia internacional deportiva, como miembro de la familia real de Bahréin.

Al menos esta vez, el sentido común y la ley han ganado: luego de tres meses de incertidumbre, al-Araibi retornará a Australia. El sentido común y la ley, porque un refugiado no puede jamás ser devuelto al país donde probó que vivía amenazado.

Twitter/albertolati

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