¿Cuántos partidos exigentes un equipo debe ganar antes de que le llames equipo? ¿Cuántos mares (o rivales difíciles) debe sobrevolar antes de poder dormir sobre arena?

Con esas preguntas, adaptadas de la virtuosa pluma y rasposa voz del Nobel Dylan, el Real Madrid se refleja en el espejo de su afición como adolescente urgido de afirmación, de un “me gustas” o “te acepto”. Difícil asegurar tan pronto que la crisis sea pasado, que haya llegado de súbito el futuro invisible todavía al abrir enero, que al fin los reyes vayan a vivir felices por siempre sobre el trono de la Cibeles en el cruce de Alcalá con Paseo del Prado.

No tan rápido, aunque de a poco crece una fe bizantina. Y si la fe mueve montañas, lo de menos es que mueva balones, mejor que nadie lo sabe el club más laureado de la historia. Y si de resurrecciones se trata, nadie como ese tiburón blanco, caso único de acumular tantos desdenes en la última década como títulos europeos. Y si de momentos idóneos para volver se trata, ninguno como febrero: cuando todo –o casi– suele ser posible.

Santiago Solari entiende (como el mismísimo Zinedine Zidane lo entendió cuando sumaba dos trofeos continentales; como en 2003, tras ganarlo todo, Vicente del Bosque asumió estoico su absurdo sacrificio; como luego de alzar la Champions más ansiada, esa séptima postergada 32 años, Jupp Heynckes ya no lo contó) que su fragilidad no es un estado sino una condición. Haga lo que haga, la vulnerabilidad asechará y retornará: en el banquillo merengue habría que sentarse como bajo una trinchera, aunque a la vez haciendo como que arriba no suena detonación alguna –vuelve Dylan con la misma: ¿Y cuántas veces las bolas del cañón deben volar antes de por siempre quedar prohibidas?

Es la sangre nueva que era necesaria en un colectivo tan anquilosado que su alineación fue la misma durante años. Es el asumir, aun con más de un semestre de demora, que un vacío como el dejado por Cristiano Ronaldo no se resolvería por inercia, sino por un acertijo tan táctico como físico y mental. Es el dar galones de adultos a muchachos cercanos a su primera afeitada, quizá retomando aquella pregunta inicial de “¿cuántas calles un hombre debe caminar antes de que le llames hombre?”: pues a Vinicius y a Reguilón ya no se les puede llamar niños, incluso si saltan a la cancha con alegría de niños y sus respectivas actas de nacimiento los clasifican próximos a la niñez.

El Madrid respira tras imponerse al Atlético y sobrevivir al Camp Nou. No es que las dudas ya sean menos: es que hoy parece dominar a sus dudas.

Twitter/albertolati

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