La crisis de movilidad empeora, y con ello las horas pico se han convertido casi en permanentes durante todo el día en el Valle de México (entiéndase la Ciudad de México con sus 16 alcaldías y los 18 municipios conurbados del Estado de México). El saldo es un fuerte impacto a la salud y la economía de la población.

Un acercamiento al tema nos da un escenario sobre el porqué en los últimos años la calidad del aire vuelve a empeorar, tal vez no como en la década de los 80 y 90 del siglo pasado, pero sí lo suficiente para dañar la calidad de vida de millones de personas.

Las autoridades de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe) estiman que el parque vehicular del Valle de México es de aproximadamente 9.7 millones, aunado a la circulación diaria de más de 200 mil unidades de transporte de carga, según reportes de urbanistas de la UNAM, y cuya edad promedio de estos vehículos pesados es del orden de 17 años, que son a diésel y en su mayoría no poseen dispositivos de control de emisiones y carecen de una regulación en cuanto a su tránsito urbano y a las dimensiones de la carga, de acuerdo a reportes del Centro Mario Molina.

Si bien en los últimos 30 años se han diseñado programas para abatir la contaminación atmosférica en el Valle de México, la quema de más de 30 millones de litros de gasolina, en promedio, diario provocaron que durante 2018 se tuvieran sólo 15 días dentro de la norma ambiental; es decir, sin contaminación de ozono ni de partículas suspendidas menores a 10 micrómetros (PM10), mientras que en los 340 días restantes estuvimos respirando aire contaminado, entre otras sustancias tóxicas, por bióxido de carbono (CO2), óxidos de nitrógeno (NOX, precursores del ozono), óxidos de azufre, óxidos de carbono y compuestos orgánicos volátiles y otros tipos de hidrocarburos. Ni en 2017 hubo mejoras, pues sólo se registraron 21 días con aire limpio.

También llevamos varias décadas en que expertos, científicos, autoridades y académicos han señalado que una de las mejores alternativas para frenar el crecimiento del automóvil particular es fortalecer los programas del transporte público de superficie y Metro, incentivar el uso de la bicicleta y promover desarrollos orientados al transporte.

Sin embargo, estas propuestas sustentables se van quedando cortas por diversos factores, como el económico, por falta de mecanismos de regulación, normas y políticas públicas más efectivas para encaminar planes maestros de movilidad a mediano y largo plazo que no terminen con los sexenios de cada Gobierno.

Por ejemplo, llevamos más de 20 años escuchando a las autoridades capitalinas sobre la política de eliminar completamente el servicio de microbuses como transporte público por inseguro, contaminante y viejo. Pero a la fecha sigue el servicio de éstos, y el Metrobús avanza a paso muy lento como también el servicio público de transportes eléctricos, y del Metro ni qué hablar, pues la última Línea, la 12 construida en el sexenio de Marcelo Ebrard (2006-2012), tuvo diversos problemas de diseño e infraestructura, y por ahora no se avizora un nuevo proyecto de ampliación.

El plan de ciclovías sigue un patrón de zonas, sin conexiones urbanas a los centros de conectividad llamados Cetram, en la ciudad, y Etram, en el Estado de México. Y sólo por citar otro caso, de los 45 Cetram de la CDMX, sólo uno se encuentra modernizado para garantizar la conectividad más efectiva y digna; el resto son polos decadentes, invadidos por el ambulantaje e inseguros.

Y qué decir de la superficie de rodamiento, que en el caso de la CDMX y según urbanistas, más de 75% de ésta se encuentra ocupada como estacionamiento, lo que eleva el tráfico y con ello las emisiones tóxicas.

Además, el transporte de carga sigue sin regulación en su tránsito por las zonas urbanas, y aún las unidades son altamente contaminantes, pues a nivel mecánico se encuentran en mal estado, usan diésel con alto contenido de azufre y sus emisiones son muy altas en partículas finas menores a 2.5 micrómetros (PM2.5), las más dañinas a la salud humana.

Ya es hora de contar con planes de maestros de movilidad que no sean sexenales, ni a capricho de autoridades y legisladores. Hoy que la CDMX tiene una jefa de Gobierno que es científica y ha trabajado grandes investigaciones sobre el cambio climático y el desarrollo sustentable, pues es momento de pedirle que las políticas públicas que se impulsen en la materia aceleren el desarrollo de un transporte público de calidad de bajas emisiones y planear el crecimiento de la mancha urbana para los próximos 10-20 años. De lo contrario, la salud y la economía seguirán en picada.