La historia de este futbolista refugiado que suplica ayuda puede retomarse de la denominada Primavera Árabe.

En ese 2011, mientras que la ola de protestas se extendía derribando a Mubarak en Egipto, a Ben Ali en Túnez, a Gadafi en Libia, a Saleh en Yemen, en otros sitios los mandatarios multiplicaban el empleo de la fuerza para aferrarse al cargo.

Fue el caso de Bahréin, donde los afanes de deponer a la dinastía al-Jalifa y de equiparar los derechos de la mayoría chiita al de la hegemónica minoría sunita, hicieron pensar a muchos en un cambio de régimen. Lejos de eso, la monarquía salió incluso reforzada y la oposición reprimida.

Por esos años, dos noticias deportivas se vincularon a la crisis política: la primera, el Gran Premio de Bahréin, que tantas voces extranjeras exigieron a la Fórmula 1 que cancelara (con periodistas detenidos temporalmente, con el silencio impuesto a todo grupo que pudiera aprovechar esa vitrina para clamar alguna consigna adversa al gobierno, con la forma en que un evento deportivo sirve de maquillaje para legitimar a un país); la segunda, la candidatura a la presidencia de la FIFA del jeque Salman bin-Ibrahim al-Jalifa, miembro de la familia real y desde mediados de los noventa con altas posiciones directivas primero en el futbol local, después como cabeza de la Confederación Asiática de futbol.

El jeque era identificado como parte del programa de detención de disidentes, incluidos, según se acusaba, 150 deportistas. Entre ellos estaba Hakeem al-Araibi, alguna vez seleccionado bahreiní, quien aseguraba haber sido torturado y fue procesado por vandalismo (Amnistía Internacional denunciaba que se le sentenció por crímenes cometidos ajenos: justo cuando se encontraba disputando un partido oficial).

En 2016 huyó a Australia, en donde un año más tarde recibió el estatus de refugiado, ya integrado a un equipo semi-profesional de Melbourne. El escenario cambió cuando en noviembre viajó a Tailandia para su luna de miel y fue detenido, para deportación de vuelta a Bahréin.

El lío diplomático tiene de un lado a las autoridades australianas y las organizaciones de defensa de los refugiados, mientras que del otro está el gobierno tailandés hasta ahora renuente a soltar a al-Araibi. Días atrás, la FIFA pidió que se le permita regresar en paz a Australia, mucho decir si se recuerda que el jeque Salman es vicepresidente del organismo rector del futbol mundial.

A dos meses de su detención en Bangkok, al-Araibi espera insistiendo su inocencia y que todo se debe a su activismo por los derechos chiitas cuando la Primavera Árabe llegó a Bahréin. Eso, y algo más relevante: que, de acuerdo a la Convención de Refugiados, el principio de no devolución tendría que garantizar que no se le extraditara al sitio del que escapó.

Twitter/albertolati

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