Abundaban las razones para pensar en el éxito eterno.

Ganar seis títulos en un año, alinear hasta a ocho jugadores de la cantera en plena final de Champions y practicar el futbol más cadencioso que muchos recuerden, daban motivos para que la euforia se convirtiera en confusión.

Por entonces era fácil asegurar que el FC Barcelona había detectado la poción mágica, que sus fuerzas básicas generaban más talento en una camada que el resto de los equipos en un par de décadas, que el apego a su esencia futbolística estaba garantizado dado que, por siempre, serían los niños criados en casa quienes de adultos defendieran el uniforme blaugrana.

A diez años de ese sextete conquistado por el equipo de Josep Guardiola, ciertos elementos del estilo se mantienen en el Camp Nou y su influencia fue tan notable como para que el juego de toque imperara en las campeonas mundiales España (2010) y Alemania (2014). Sin embargo, lo hacen diluidos por un factor indisimulable: que conforme se van yendo o retirando quienes ahí jugaron, los relevos no emergen de la cantera; más grave incluso, que muchos de quienes hoy son comprados, antes no habrían tenido posibilidad alguna de ser siquiera considerados como fichajes.

La llegada del veterano Kevin Prince-Boateng refuerza esa incógnita. ¿Tan mal está lo que produce La Masía como para que no haya un solo ofensivo digno de disputar los minutos que Luis Suárez sea dosificado?

En el mejor de los casos, hoy el Barça alinea a cuatro canteranos, tres de ellos como últimos remanentes de la era dorada (Messi, Busquets, Piqué) y otro próximo a los treinta años (Jordi Alba, repescado por una buena cifra, tras haberse ido muy joven al Valencia). Etapa de compras millonarias, en los últimos años el cuadro catalán ha gastado muchísimo más en transferencias que el otrora derrochador Real Madrid.

Por supuesto, toda crítica sería incompleta si no se refiere el éxito actual: por mucho que sufre a menudo para sacar los tres puntos, el Barcelona hoy domina sin oposición una liga española, en la que manda como nunca lo hizo con siete títulos de los últimos diez. Si lo consigue sostenido por lo que le queda de su equipo dorado (sobre todo, de Messi) o recargado en el desembolso de centenas de millones, es otro tema, pero por ahora le alcanza para mandar en su país y ser favorito en el continente.

Lo ineludible es que su modelo está oxidado: tan oxidado como el del común de los gigantes europeos, que apenas ven en su primer equipo caras de su cantera. Mucho decir para quien reinó con puros niños amamantados bajo su escudo.

Twitter/albertolati

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