Hagan de cuenta, como si deportistas extranjeros no sólo hubieran recibido permiso para competir en los antiguos Juegos de Olimpia, sino que incluso hubiesen superado a los atletas helenos ante el Templo de Zeus. O, casi, como si individuos ajenos a la cultura y etnia de una civilización, hubieran incursionado en su mitología.

En 1993, un luchador de sumo hawaiano se convertía en el primer no japonés en alcanzar el grado máximo de ese peculiar deporte, el emblemático título de Yokozuna. Al serle colocada en la cintura el faldón que le identificaba como máximo campeón, se mezclaron numerosos simbolismos: la palabra yokozuna puede traducirse como cortina horizontal y está inspirado en el shimenawa, ropón utilizado para el ritual de purificación en los templos sintoístas.

Así como el sumo era un deporte exclusivo de japoneses, el sintoísmo se plantea como la religión que distingue a los nipones del resto del mundo. Dos nociones –deporte y cultura– mezcladas con la historia: según se cuenta, unos 1,200 años atrás, el luchador Hajikami se puso como cinturón una especie de shimenawa y lanzó el desafío a que alguien se lo quitara; de esas escaramuzas para arrebatárselo nació el sumo más o menos como hoy lo conocemos.

Por ello, la corona del sumotori hawaiano, Akebono Taro, no fue fácil de digerir para los japoneses tradicionales. Imposible predecir que en los siguientes 26 años la hegemonía se iría por completo del archipiélago nipón: de nueve Yokozunas, cuatro han sido mongoles, dos hawaianos y apenas tres japoneses.

Traigo todo eso a colación para comprender lo que ha representado esta semana el retiro de Kisenosato Yutaka: el único japonés que ha llegado a Yokozuna en más de dos décadas.

Las lesiones fueron mermando al que fuera visto como última esperanza nipona del sumo, hasta que cuatro derrotas consecutivas le orillaron a una decisión extrema: cerrar su carrera bajo el argumento de que lo contrarío sería deshonrar al sumo.

¿Cuántos grandes campeones de otras disciplinas tomarían semejante determinación? Supongo que muy pocos, en un contexto deportivo que lleva a alargar lo más posible una trayectoria: mermados, infiltrados, multi-operados, dosificados, reubicados en otra posición, la mayoría continúa.

Sin embargo, a Kisenosato le pareció que portar el grado de Yokozuna y no estar a su altura, era una causa ineludible para dejarlo; lo mismo, el saber que ya no se encontraba en condiciones de mantener el estilo de lucha que le llevó hasta la cima.

El dohyo o cuadrilátero se sigue desjaponizándo. Hoy los únicos Yokozunas en activo son de Mongolia y criados no el sumo, sino en la tradición de la lucha mongola.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.