Entre el teatro del absurdo y la caricatura: el director técnico que más ha cobrado en la historia, no ingresó la mayor parte de ese dinero por entrenar sino por dejar de hacerlo.

Con el finiquito que José Mourinho recibirá por su despido del Manchester United (unos 30 millones de dólares), el monto total de sus indemnizaciones superará los 70 millones de dólares.

Por risible o exagerado que suene, es lo justo ya que así se estipuló en cada uno de esos contratos rescindidos. Más incluso, porque el preparador portugués no ha engañado a nadie: quien decide entregarle las llaves de su club, ya sabe al estado de tormenta y paranoia permanentes que se atiene; quien se atreve a prorrogar el vínculo más allá de los dos años, ha de asumir que siempre, sin excepción, a la tercera temporada el autodestructivo Mourinho malvive entre trincheras; quien se pone en sus manos, debe resignarse a que el estilo de juego será rácano, acaso por el trauma que acarrea desde que Guardiola le goleó en su primer duelo y decidió proclamarse su opuesto; quien en él confía como líder de un proyecto, termina escuchándole despotricar en su contra en alguna conferencia de prensa: sea en Chelsea, Madrid o United, él avienta la culpa hacia la directiva, previo paso por señalar a la prensa, los árbitros, la organización, sus propios jugadores, los rivales, el clima, la jardinería, las leyes de la física, lo que sea. En eso, en eso precisamente consiste el delirio de persecución.

Ese joven prodigio que al coronar al Oporto en 2004 fue visto como dueño del futuro, en 2018 lleva ya buen rato conjugándose en pasado. Por supuesto, él exigirá respeto y recordará que tiene dos Champions, que ha ganado tres Ligas Premier, sin admitir que casi todo aconteció en otra era: cuando los equipos reventaban sus finanzas para incorporarlo y no para quitárselo de encima, cuando desnudaba a los rivales con los análisis más innovadores y no se limitaba a aglomerar futbolistas en su área, cuando rompía el partido con el cambio más impensado y no se limitaba a mandar al más alto a bajar del cielo alguna pelota, cuando su discurso sonaba a profecía y no a excusa.

No faltará quien se aventure a ponerse en sus manos (¿Real Madrid al que dejó en cenizas de tanto incendio? ¿Inter del que sí se fue en el mejor momento, antes del fatídico año 3?), aun a sabiendas de que al final será más factible que se le pague por irse que por dirigir.

Triste devenir. Tan triste que la marca deportiva más consolidada, como lo es el United, no lo merecía. Una marca cuyas acciones subieron en precio por la confianza que supuso haberse separado del otrora ganador Mou.

Twitter/albertolati

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