Sólo era cuestión de tiempo.

Por eso, a sólo 19 días del arranque del nuevo Gobierno aparecieron los síntomas del fin de “la luna de miel” entre AMLO y sus votantes.

Y empezó a “desgranarse la mazorca” de la lealtad a causa del recorte al presupuesto a la educación, la ciencia y la cultura. Y las incipientes protestas, sobre todo en redes, hicieron el milagro; el presidente Obrador debió recular y justificó como “un error”.

Y no, no es motivo de regocijo, y menos de fiesta. ¿Por qué? Porque a querer o no, el desencanto frente a un político o un Gobierno es un fenómeno natural y previsible, además de que el ejercicio del poder conlleva ese costo.

Y también por eso –en prevención de la pérdida de simpatías- Obrador dedicó un presupuesto histórico al clientelismo electorero.

Pero vamos por partes. Por un lado, el desencanto por el gobierno de AMLO es una respuesta natural a la inalcanzable expectativa que -de manera artificial y hasta mentirosa- creó el entonces candidato y hoy Presidente.

Hoy, los electores están viendo que el Presidente no cumple gran parte de sus promesas; bajar el precio de la gasolina, acabar con la violencia y sacar a militares y marinos de las calles, dar más presupuesto a seguridad, dar más presupuesto a las universidades, respetar el aeropuerto de Texcoco…
Por el otro lado, asistimos a la terca realidad. ¿Cuál es esa realidad?

Que parte de las propuestas de Gobierno son imposibles de cumplir, sea por razones presupuestales, sea porque resulta más caro “el caldo que las albóndigas” –como el NAIM- y porque en ninguna parte del mundo un presupuesto alcanza.

Y si la “terca realidad” llevó al terco Presidente no sólo a tirar el NAIM, sino la reforma educativa y a la desaparición de la autonomía universitaria, la terca realidad del descontento obligó al Presidente a dar marcha atrás en la reducción presupuestal a las universidades, la cultura y la ciencia.

Como saben, en el caso del aeropuerto, desencantó a muchos empresarios mexicanos e inversionistas foráneos que se llevaron su dinero. En el caso de la baja presupuestal en las universidades, el medio ambiente, la cultura y los temas de género, el desencanto enojó a la clientela básica del Presidente; voto sensible y de una gran capacidad de movilización.

Por eso, el Presidente reconsideró ante la movilización estudiantil de la UNAM, el IPN, UAM e investigadores del Conacyt, y frente al riesgo de ver en la calle la versión moderna de las movilizaciones del 68 mexicano.

Pero al golpe presupuestal a universidades, a la investigación y la cultura, se suma el golpe a la selva del Sureste por la obstinación de construir un Tren Maya que nada bueno augura.

Pero no es todo. En política también empieza el descontento; Tatiana Clouthier es punta de lanza de una rebelión de diputados de Morena que se oponen a la militarización a ultranza, mientras crece el enojo entre empresarios, porque Santa Lucía lo harán militares y no empresarios.
La Ley de la Gravedad es puntual: todo lo que sube, baja.

Al tiempo.