No hizo falta el anuncio presidencial del regreso de México a las catacumbas del siglo pasado –de Díaz Ordaz, Luis Echeverría y López Portillo-, ya que desde las primeras horas del nuevo Gobierno apareció, a los ojos de todos, la vuelta al pasado.

Pero acaso la práctica más cuestionada durante décadas por izquierdas y derechas mexicanas fue el culto a la personalidad y al iluminado. Desde la madrugada del 1 de diciembre, cuando arrancó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, regresó “el Día del Presidente”.

Y como no ocurría desde que Carlos Salinas asumió la Presidencia –y tampoco se vio en el arranque del gobierno de Peña-, los medios se volcaron a ensalzar el culto al nuevo mandatario. Coberturas maratónicas en donde la información fue aplastada por la propaganda abierta, por la exaltación de las virtudes del nuevo iluminado y por el abuso del tiempo oficial, en cadenas nacionales, otrora severamente cuestionadas.

El mensaje en el Congreso fue interrumpido en 72 ocasiones por aplausos, mientras que el “baño de pueblo” en el Zócalo resultó calca de Echeverría y López Portillo, quienes profesaban actos de fe a favor de los desposeídos y los indígenas, a los que prometieron sacar de la postración y que, con sus políticas económicas populistas, llevaron a la ruina.

El culto a la personalidad alcanzó el clímax en “las mañaneras” de López Obrador. Es la reedición de las conferencias de prensa que ofrecía al amanecer en su encargo de jefe de Gobierno del DF y que, con el mismo éxito, hoy repite como Presidente.

Pero más que una conferencia a medios, se trata del culto al Presidente -al que no debe fallar ninguno de los medios electrónicos-, todas las mañanas y en horario estelar. Y no se trata de responder dudas del ciudadano de a pie. No, las mañaneras son instrumento para “sembrar” el mensaje del Presidente.

Pero la expresión más acabada del culto al Presidente la protagonizó el jefe de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, a través de sus redes.
Escribió en Twitter: “Desde la más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel López Obrador ha tenido una transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado.

“La entrega que ofreció al pueblo de México es total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado. Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo”.

La de López Obrador ya no es una “transformación”, sino una “transfiguración”, y no sólo es mesiánico, sino “místico, cruzado e iluminado”. Y como Jesucristo, debe ser “seguido” y “cuidado” por sus feligreses.

¿Imaginan al líder del Congreso, en los gobiernos de Fox, de Calderón o de Peña, profesando tal adoración al Presidente en turno?, ¿culto a un Presidente de izquierda o a un dictador?

¿Dónde están los apóstoles de la izquierda mexicana, frente al fanatismo dictatorial que propone el priista de cepa, Porfirio Muñoz Ledo? La transfiguración.

Al tiempo.