(Primera de dos partes)1ª

DECÍA MARCUS AURELIUS que “no es la muerte a lo que debemos temer, lo que nos debe dar miedo es que nunca hayamos empezado a vivir”; y yo agregaría… y que no nos dejen vivir en paz.

Éste ha sido un año –el cual seguramente varios ciudadanos han padecido- en donde pareciera que la vida quiere mostrarme que vivo ante la fragilidad de una calle, la vulnerabilidad de una casa, el amague de un teléfono o el despojo de un automóvil. Transito rodeado de francotiradores que me han apuntado con un rigor indomable y superior, tomando la culata de un rifle y ajustando desde su telescopio para arremeter contra una persona más para perpetrar un ultraje indigno y así convertirme en víctima, en menos de un año, de tres delitos:

1. ROBO a casa habitación con violencia.

2. EXTORSIÓN telefónica no consumada.

3. ROBO de automóvil con violencia y amenazas de muerte.

Procedo a denunciar y me enfrento ante una procuración de justicia ineficiente y lenta, abotagada de energía y fuerza para atacar el delito, ineficaz en la persecución. En los tres delitos no ha pasado NADA. No hay respuestas y sí, muchas preguntas. Todos los policías se me acercan y repiten las mismas interrogaciones. Son de la misma corporación. Los veo y se ven entre ellos: ajenos, desvinculados y descoordinados. Me presento ante el MP para sólo ratificar la propiedad del vehículo, y uno se desmorona y descorazona de su insensibilidad y burocratismo que raya en la grosería.

En las conversaciones de familia y los comentarios con amigos, todos al terminar de narrar nuestros incidentes nos preguntamos: ¿qué pasa en la ciudad y en muchos rincones del país?, ¿por qué los soltaron? Dicen los estudios sobre la inseguridad que hoy tenemos mayores índices delictivos y el INEGI concluye y nos revela que 2017 ha sido el año más violento en la historia moderna de México al registrarse 31 mil 174 homicidios en México, es decir, 25 homicidios por cada 100 mil habitantes a nivel nacional, y parece que 2018 será peor.

Llegamos a esto por muchas razones que tienen que ver con toda una historia como país, así como con la cultura del agravio y la violencia desde la familia, pasando por la burocracia que arrastramos al hacer la denuncia en esa ventanilla que hasta hoy sólo no responde.

Para después enfrentar una lenta e ineficaz atención del impartidor de justicia al que lo mueve más el argumento jurídico en el papel que la reparación del agravio y el dolor de muchos que se sienten despreciados, traduciéndose en un abuso sobre los más débiles. Pareciera que nuestros jueces de toga, birrete y martillo, más que hombres de ley, imparten justicia deshumanizada. Lo que relate el papel deberá rigurosamente aplicarse e interpretarse para emitir sentencias desoladoras.

A la denuncia se le lleva al sillón de descanso y se le arrincona un tiempo mientras en el Poder Judicial se decretan las vacaciones. Se arrulla en la reserva para después atiborrarse en las resoluciones que no llegan para impartir esa justicia expedita que requerimos y que consagra nuestra Constitución. Así las cosas, nuestro Estado de Derecho, desde su inicio, se queda trunco. Los “de a pie” nos quedamos pasmados ante la rejilla de prácticas, ante la ventanilla inoperante, ante el policía preventivo que dice saber mucho del delito, pero no tiene capacidad de respuesta. En la 2.da parte hablaremos de lo que debemos hacer: ¿ánimo delincuencia?