Hace una semana, una manifestación llegó a la casa de transición del Presidente electo para reclamar la decisión de cambiar la Secretaría de Cultura al estado de Tlaxcala. Los inconformes argumentaban -entre otras cosas- dónde y en qué condiciones llegarían a vivir a esa entidad, siendo ésta la primera secretaría en mudarse fuera de la CDMX. Estuvieron por horas afuera de las oficinas de Andrés Manuel López Obrador para también exigir que, antes de llevarlos a ese estado, primero se solucionen las precarias condiciones laborales en las que se encuentran.

Al final amagaron con un plantón si “las autoridades” no les daban alguna respuesta. Una delegación de alrededor de 50 sindicalizados se quedó por algunos días a la espera de la solución a sus demandas.

El mes pasado, una señora –casi de rodillas– imploró a AMLO que la ayudara a encontrar a su hijo, desaparecido en una escabrosa y hostil carretera asediada por el crimen organizado en el norte del país, la famosa Ribereña que corre por la línea fronteriza y une a los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.

Esa misma ocasión, otro padre de familia perdió el conocimiento cuando en medio de la desesperación y la rabia le expuso con detalle al político tabasqueño cómo es que apenas hace unos meses asesinaron a su hija en Guerrero.

Otra día y en un tono más amable, niños y mariachis llevaron serenata a la casa de la colonia Roma para pedirle que no se olvide de los derechos de la infancia. Se fueron hasta que Olga Sánchez Cordero, anunciada para ser la próxima secretaria de Gobernación, salió a decirles que “ellos aún no son Gobierno”, pero que no quitarán el dedo del renglón en ese tema.

Todas estas exigencias son atajadas por la portera titular de la casa de transición, una señora llamada Leticia Ramírez, encargada de atención ciudadana del inmueble. Ella recibe a los inconformes y a los esperanzados. Siempre con la misma explicación: “Nosotros todavía no somos Gobierno, pero tomamos nota de sus peticiones”.

Durante los mítines en su gira de agradecimiento, López Obrador recibe cantidades impresionantes –y no exagero- de fólderes y sobres color manila en los que sus simpatizantes le exponen casos que tienen que ver con despojo de tierras, despidos injustificados, corrupción en contratos de obras públicas, situaciones de violencia, etcétera.

Y en medio de todo este furor por la llegada del de Macuspana, me vienen a la cabeza varias preguntas: ¿dónde quedó la actual administración?, ¿dónde está la autoridad para que resuelva todos estos problemas?, ¿dónde está Enrique Peña Nieto? No creo exagerar si les digo que estos meses han sido las vacaciones más largas que ha tenido el aún encargado de las riendas del país.

¿Cuántas cosas se pudieron resolver en este tiempo que ha durado el cambio de estafeta? ¿a cuántas personas todavía se les puede escuchar y ayudar en las semanas que le quedan de Gobierno?

Tienen razón cuando dicen que la entrega-recepción ha sido más tersa de lo que nadie esperaba, y si no, pregúntenle al presidente Peña, a quien ya nadie le reclama ni le exige que cumpla hasta el último día de su mandato.

EN EL BAÚL: estuve rascando en saber cuánto costó la renegociación del Tratado de Libre Comercio para México, y me encontré con un dato: el canciller Luis Videgaray viajó en 11 ocasiones fuera de México para participar en el toma y daca, en la rebatinga, en el jaloneo comercial. Cuatro de esas comisiones fueron en vuelo oficial y siete, en vuelos comerciales. El costo total de esas comisiones fue de 426 mil 456 pesos, es decir, 60 mil pesos el boleto, según una solicitud de información pública que me llegó al castillo.

¡¡¡Regresarééé!!!