A principios del siglo XX, los territorios de Polonia estaban diseminados entre Prusia, Austria y Rusia. Era precisamente un austrohúngaro el que dominaba el territorio. La Primera Guerra Mundial fuel el detonante de que el nacionalismo polaco efervesciera como un objetivo a conseguir. El resultado fue el de miles de muertos.

Bosnia y Herzegovina fueron anexionadas al Imperio Austro-Húngaro. Serbia no ocultó sus celos. Fue por ese motivo por el que el joven Gavrilo Princip acabó con la vida del emperador Francisco Fernando en la ciudad de Sarajevo, lo que resultó el detonante de la Primera Guerra Mundial con más de 15 millones de víctimas mortales.

La historia ha demostrado que la Primera Gran Guerra fue consecuencia del nacionalismo tan rancio como peligroso. Si los excesos del nacionalismo no hubieran existido, probablemente no habrían muerto aquel número escandaloso de personas.

Ha pasado un siglo desde aquella guerra que destrozó a toda Europa. Hace exactamente cien años que terminó la Primera Guerra Mundial. La historia es cíclica, siempre se repite.

Esta Europa no hace sino copiar patrones. Este fin de semana pasado se produjo una macromanifestación en la ciudad de Edimburgo. Los ciudadanos exigían la separación de Escocia del Reino Unido. Lo mismo ocurrió en los años 70, 80 y 90 en Irlanda del Norte. Muchas personas perdieron la vida sin saber el porqué.

La isla francesa de Córcega, ubicada en pleno Mediterráneo, siempre acarició la idea de independizarse. Lo atestigua el terrorismo del Frente de Liberación Nacional de Córcega, que abandonó la violencia en 2014. Algo parecido ocurrió en Alemania con el terrorismo de la banda Baader-Meinhof con 34 asesinatos.

En el País Vasco, el nacionalismo de la organización terrorista ETA acabó con la vida de casi 900 personas. El terror buscaba la independencia del País Vasco sobre España. Algo parecido ocurrió con el terrorismo canario del Mpaiac que intentó realizar atentados con poco éxito.

El nacionalismo catalán también fue protagonista de actos terroristas de Terra Lure. El movimiento desapareció, pero germinó el nacionalismo catalán.

Bélgica también sufre los embates del nacionalismo e independentismo con los valones.

Podríamos seguir recorriendo con el resto de los países de Europa y todos o casi todos viven en carne propia el anacronismo de los nacionalismos.

Cuando en 1951, Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos crearon la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, lo hicieron con la idea de realizar el sueño de una unión que seguiría creciendo. Aquel embrión dio lugar a la actual Unión Europea, 27 países conjuntados por el comercio, la justicia, la economía, para seguir creciendo todos juntos.

Ese macroespacio que es la Unión Europea busca la creación de un Estado de Estados. Ese gran proyecto, hoy una realidad choca brutalmente con el anacronismo de los nacionalismos que no hacen sino amenazar a la idea del supra Estado.

No olvidemos nunca que la historia se repite. Desterremos los nacionalismos; de lo contrario sufriremos consecuencias indeseables.