Con el acuerdo alcanzado este domingo entre Canadá y Estados Unidos se cierra la etapa más importante del proceso de modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) iniciado hace 13 meses, y con ello se quita, al menos para México, uno de los elementos de mayor incertidumbre para su economía. Si bien todavía falta la aprobación/ratificación por parte de los Poderes Legislativos de cada uno de los tres países, no se vislumbran obstáculos mayores que puedan poner en riesgo el ahora llamado Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés).

Como lo mencioné en mi última entrega, una conclusión exitosa de la renegociación del TLCAN que incluyese a Canadá sería una gran noticia por partida doble. A escala mundial, manda una señal contraria a los instintos proteccionistas que han caracterizado al actual mandatario de Estados Unidos y que han puesto en entredicho el actual sistema comercial internacional. Por otro lado, en el caso de México, el nuevo acuerdo representa, sobre todo, un marco que brinda certeza y seguridad jurídica a los agentes económicos, cuyo efecto inmediato será una menor volatilidad cambiaria, asociada a la incertidumbre derivada de la renegociación misma. También en el corto plazo evita un escenario, el de la cancelación del TLCAN, que hubiera sido un fuerte choque para nuestra economía y resultado muy costoso para nuestro país. En el mediano y largo plazo, la certidumbre generada por el nuevo acuerdo será la base de los futuros intercambios comerciales entre los tres países y de potenciales nuevas inversiones.

Una vez alcanzado el acuerdo, tampoco se deben exagerar o sobredimensionar sus posibles efectos en la economía mexicana. Bajo el actual TLCAN, en los últimos años el intercambio comercial y las inversiones habían venido creciendo de manera más o menos sostenida, ¿qué tanto más crecerán bajo el nuevo acuerdo? Resulta incierto. ¿Lo harán al mismo ritmo o a uno mayor o menor? En todo caso, los verdaderos efectos del USMCA deberán medirse no en términos absolutos, sino con relación a lo que hubiera sucedido bajo el escenario base, es decir, el del TLCAN actual. Más importante aún, habrá que ver cómo los beneficios derivados del acuerdo se reflejan en las condiciones de vida de los trabajadores mexicanos. En este sentido, un buen precedente del nuevo acuerdo es el requerimiento de que al menos 40% del contenido total producido en el sector automotriz provenga de zonas donde los salarios sean de al menos 16 dólares la hora.

Tampoco hay que soslayar los riesgos futuros. Por un lado, ya hemos visto cómo el Presidente de nuestro vecino del Norte, con todo y TLCAN vigente, impuso a nuestro país aranceles al acero y al aluminio ¿Por qué el nuevo acuerdo habría de inhibir ese tipo de impulsos? Probablemente el costo político de hacerlo sería más alto bajo su propio acuerdo, pero ello no necesariamente lo evitaría. De hecho, el Gobierno estadounidense anunció que esos aranceles permanecerán vigentes por el momento. Por el lado mexicano, si bien el futuro Gobierno ha aplaudido el acuerdo alcanzado, resulta por lo menos contradictorio el discurso del propio Presidente electo en contra del neoliberalismo (al que culpa de la “bancarrota” actual), del cual este acuerdo es miembro distinguido. La certeza sobre la economía derivada del USMCA podría verse opacada por la incertidumbre que podrían generar algunas acciones de política económica, más allá del ámbito comercial, del próximo Gobierno. Ojalá prevalezca la prudencia y el pragmatismo.

@JorLuVR

 

Consultor internacional en materia económica, política y de políticas públicas con más de 20 años de experiencia en temas regulatorios, de competencia, comercio, finanzas públicas y buen gobierno....