FOTO: CUARTOSCURO/ARCHIVO El 1 de septiembre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz al rendir su informe advirtió a los estudiantes; “he sido tolerante hasta excesos criticados, pero que todo tiene un límite”, de acuerdo con diversos documentales  

Todo comenzó el 22 de julio de 1968; las calles de Lucerna y Versalles, del centro de la capital del país se convirtieron en escenario de una pelea campal entre los estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y los de la Preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

Con piedras en mano, los jóvenes se atacaron unos a otros, lo que dejó 10 lesionados, autos con cristales rotos, así como daños por siete mil pesos, y si bien la policía se hizo presente, no hubo más violencia que la generada por los estudiantes.

 

“El pleito que tuvieron fue el 22 y el 23 julio no hubo pleito, pero si llegaron 200 granaderos a agredirnos, a hacer su desorden y nos golpearon; entonces fue cuando los compañeros de la Vocacional 5 le exigen a la FENET que haga la marcha del 26 de julio”, recuerda Sergio del Río, quien era estudiante del IPN.

 

Ante esta petición, la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) convocó a una manifestación de la Plaza de la Ciudadela al Casco de Santo Tomás, la cual contó con la requerida autorización del gobierno del entonces Distrito Federal, al igual que la organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), de Salto del Agua al Hemiciclo a Juárez, para conmemorar el décimo quinto aniversario del inicio de la Revolución cubana.

 

Sin embargo, la movilización de la CNED cambió de dirección hacía Madero, en cuyas calles aledañas se encontraban elementos del Cuerpo de Granaderos, que esperaban para atacar a los jóvenes.

 

“El 26 y 27 seguían las refriegas porque los compañeros de la Vocacional 5 no se quedaron callados, sino que sacaron un volante para informar a la opinión pública, hay que recordar que estábamos en un país reprimido, con medios controlados, y el gobierno como tal no quería aceptar ningún diálogo.

 

“El poder responde con esta represión desmedida, entonces en sí el Movimiento del 68 surgió por la intransigencia y por la forma tan brutal como nos reprimieron”, afirmó Jesús Gutiérrez, también estudiante del IPN y ahora miembro del colectivo Memoria en Movimiento, 1967-1971.

 

El lunes 29, en una asamblea, el Comité Coordinador de Huelga del IPN y representantes de varias escuelas de la UNAM deciden irse a huelga como protesta ante la represión, que ya había dejado heridos, presos políticos, e incluso, compañeros muertos, evocó.

 

“Al día siguiente (30 de julio), todos los politécnicos nos lanzamos a la huelga en general por demandas mínimas y el cese a la represión a través del diálogo con las autoridades, pero el gobierno se mantuvo en silencio”.

 

Las demandas de los estudiantes, entre otras eran: las renuncias del jefe y subjefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal, Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, respectivamente, así como la desaparición del Cuerpo de Granaderos y la derogación del Artículo 145 del Código Penal, que sanciona los delitos llamados de “disolución social”.

 

Posteriormente, se sumaría la desaparición de la FNET, que al reunirse con el regente Alfonso Corona del Rosal es acusada de traición al estudiantado y de recibir subsidios.

 

La respuesta fue clara, no se permitirían alzamientos y en las primeras horas de la madrugada del 30, se dispara una bazuca en la puerta de la Preparatoria 1 de San Ildefonso y toman las preparatorias 2, 3 y 5 de la UNAM y la Vocacional 5 del IPN.

 

“Se llegó con granaderos, bazucas, tanques ligeros a ocupar la Preparatoria 1, los compañeros se encerraron, no quisieron abrir, pero resulta que se lanzó un bazucazo, lo que hirió y mató a varios compañeros, no sabemos cuántos, pero si fue tremenda esa situación”, mencionó.

 

Ante esta violencia, en la explanada de la Rectoría de la máxima casa de estudios, el rector Javier Barros Sierra iza la Bandera Nacional a media asta y expresa su rechazó a la violación de la Autonomía de la UNAM ante la toma de la Vocacional 7.

 

El siguiente mes, el movimiento mostró su capacidad de organización al conformar, el 2 de agosto, el Comité Nacional de Huelga (CNH), que dos días después presentó el Pliego Petitorio que agregaba a sus demandas anteriores: libertad de todos los presos políticos, indemnización a las víctimas de los actos represivos y castigo a los funcionarios responsables de actos de violencia contra los estudiantes.

 

“Todo agosto nosotros fuimos en ascenso, se realizan cuatro representaciones; la primera la del rector, la segunda de Zacatenco a Santo Tomás, ahí ya éramos 70 mil; para el 13 de agosto nos fuimos al Zócalo, era necesario llegar ahí para expresar nuestra protesta, en esa ocasión éramos casi 300 mil personas; para el 27 de agosto ya juntamos 500 mil personas y hay que pensar que en ese entonces había seis millones de habitantes, entonces 500 mil eran bastantes”, rememoró Del Río.

 

En esa ocasión, a pesar de que la manifestación había transitado con calma, al finalizar el mitin, Sócrates Campos Lemus, quien pasaría a la historia como el traidor del movimiento, propone permanecer en Zócalo y que se realice un debate público con las autoridades.

 

“El 27 de agosto, en mi opinión, nosotros caemos en la provocación que instrumenta Sócrates Campos Lemus, y el gobierno ya sintió que tenía problemas graves, entonces utilizó dos elementos para desprestigiarlos; uno decir que estábamos atacando a la iglesia y que habíamos quitado la bandera nacional y habíamos puesto una bandera rojinegra; con ello nos quisieron echar en contra a los católicos y a los nacionalistas.

 

“Nos acusaron de comunistas, de que queríamos sabotear las olimpiadas, que recibimos dinero de la KFB y de la CIA; nosotros para contrarrestar a los medios de comunicación masivos formamos las brigadas, que tenían como misión difundir nuestro pliego y exigir respuesta, ya había intentos de negociación y entonces pedíamos un diálogo público”, dijo, en un conversatorio conmemorativo del movimiento, realizado en El Colegio de México (Colmex), institución que también sufrió la fuerza de la represión.

 

El 1 de septiembre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz al rendir su informe advirtió a los estudiantes; “he sido tolerante hasta excesos criticados, pero que todo tiene un límite”, de acuerdo con diversos documentales.

 

“Ese día Díaz Ordaz nos leyó nuestra sentencia de muerte de que hasta ahí habíamos llegado, y ya en septiembre se vino dura la represión, era difícil difundir volantes, todo nuestro trabajo, pero el gobierno también decidió agredir a los politécnicos, pero de una manera muy violenta, nos ametrallan escuelas, propiamente todo el norte de la ciudad, Prepa 9, Voca 1, 7, Prepara 4”, señaló con profunda indignación.

 

No obstante, los jóvenes volvieron a sorprender a las autoridades y a la sociedad el 13 de septiembre con la famosa marcha del silencio, que buscaba contrarrestar la imagen de que eran jóvenes revoltosos, que querían sabotear los Juegos Olímpicos.

 

“Lo que quisimos demostrar era que si éramos gente organizada y que sí era seria nuestra petición y que podíamos responder en el nivel que ellos plantearan, esta situación enojó más a Díaz Ordaz”.

 

Días después, el 18, las autoridades deciden tomar Ciudad Universitaria (CU), un espacio que además sería usado para algunos eventos deportivos por lo que se ingresó con la menor violencia posible, a fin de conservar en buen estado las instalaciones.

 

En ese momento, Salvador Della Roca mejor conocido como “El Pino” perdió su libertad y durante dos años, seis meses y nueve días pasó sus días en la cárcel.

 

“Me agarraron en la universidad cuando entró el Ejército y di que no me ligaron con el periódico del movimiento que yo escribía”, mencionó a Notimex.

 

Es por ello, que ante la resolución de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas que señala que a 50 años de la represión del movimiento, el Estado debe una disculpa pública a las víctimas, así como la reparación integral del daño, según información publicada en El Universal, el militante del movimiento, consideró que no tendría sentido.

 

“Es cinismo pedir perdón, que vamos a investigar quiénes fueron los culpables, como si no supieran, ya basta de tanto teatro en este país”, subrayó.

 

Y es que además de los golpes que recibió y la privación de su libertad, “El Pino” sufrió el vivir el fin del movimiento desde las rejas, lo que le generó una gran angustia; “Lo más feo fue vivir el 2 de octubre en la cárcel, sin saber sino habían matado a mi mamá, a mis hermanos, a mis amigos, es una cosa terrible de una impotencia”.

 

Esa preocupación por sus seres queridos, no fue menor, ya que esa tarde del 2 de octubre, un mitin convocado en la Plaza de las Tres Culturas de Tálatelo, se convirtió en una verdadera pesadilla para los cientos de estudiantes ahí reunidos.

 

Una bengala color verde indicó que era momento de iniciar con los tiros, así quedó tatuado en la mete de Ricardo Valero, quien sostiene la teoría de que todo fue orquestado, para después acallar por completo esas voces que exigían libertad, en un momento que era más importante mostrar una imagen de orden al mundo.

 

“Yo estuve en la Plaza de las Tres Culturas el 2 octubre, ahí vimos todo, la versión oficial, la de Gustavo Díaz Odas, era que habían sido francotiradores; pero en realidad eran ellos mismos; el secretario de la defensa de ese entonces, Marcelino Barragán, dijo que los habían emboscado a ellos, que desde el piso tres del edificio Chihuahua le disiparon al Ejército”, apuntó.

 

Sin que aún quede claro cómo fue que se orquestó este fuerte acto de represión, a 50 años del movimiento, ha prevalecido la versión de los derrotados; la de esos jóvenes que narraron cómo la sangre manchó la plaza de la Tres Culturas y luego la lluvia borró su pasó.

 

Así como de aquellos que pasaron una temporada en las cárceles y que, a pesar de haber sentido la violencia, rememoran esa época como una de las mejores de su vida, ya que vieron cómo despertó la unidad entre universitarios y una conciencia que gritaba que lo que México necesitaba era democracia y libertad.

 

TFA