Quizás ningún otro tema, salvo los anuncios relacionados con la transición de gobierno, haya tenido tanta resonancia en los medios de comunicación en las dos últimas semanas como el de la renegociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLC). Que si se lograría cerrar la negociación bilateral con nuestro vecino inmediato; el anuncio mismo del acuerdo de principio; que si las reglas de origen en el sector automotriz; que si el Capítulo 19; que si Canadá logrará cerrar también un acuerdo en su propia negociación bilateral y por lo mismo será un acuerdo trilateral o no, entre otros aspectos que han sido ampliamente discutidos y difundidos. Y no es para menos. Sin el TLC difícilmente se entenderían los flujos de inversión extranjera y el incremento en la capacidad exportadora de nuestro país desde que entró en vigor, en 1994.

Incluso, la postura del futuro gobierno y su contribución –a través de su representante Jesús Seade– en el último tramo de las negociaciones para alcanzar un acuerdo, muestra que aún los hasta hace poco acérrimos críticos del liberalismo económico reconocen la importancia del TLC para México, no sólo en términos geopolíticos, sino también económicos. No hay que olvidar que el TLC fue y sigue siendo hasta ahora una piedra angular del modelo económico “neoliberal” que se implantó en nuestro país desde mediados de 1980 y que ha guiado en general su política económica desde entonces. Y es este mismo modelo el que fue señalado en reiteradas ocasiones por el hoy Presidente electo como uno de nuestros principales problemas. El meollo del asunto no es lo que se haya dicho en el pasado y lo que se haga ahora, sino el reconocimiento implícito de que el TLC no es tan malo como lo pintaban.

Una conclusión exitosa de la renegociación del TLC (que incluya a Canadá) sería una gran noticia por partida doble. A escala mundial, mandaría una señal contraria a los instintos proteccionistas que han caracterizado al actual mandatario de los Estados Unidos y que han puesto en entredicho tanto al sistema comercial internacional prevaleciente como al mismo orden económico mundial. Hay que recordar que, en su momento, el TLC fue un acuerdo innovador, ya que incluyó aspectos que iban más allá del puro intercambio comercial e incorporaba temas como resolución de disputas (el famoso Capítulo 19), protección de inversiones y medio ambiente, entre otros. Incluso, la Organización Mundial de Comercio que se creó en 1995 incorporó mecanismos, como el de resolución de controversias, que se inspiraron en el acuerdo norteamericano. Un TLC renegociado podría nuevamente inspirar cambios en las reglas del comercio a nivel mundial y darle así un nuevo ímpetu.

Para México, además de representar un instrumento de gobernanza económica que brinde certeza política y seguridad jurídica a los agentes económicos nacionales y extranjeros, permitiría continuar cosechando los beneficios económicos derivados del libre comercio, pero sobre todo, y dados los previsibles cambios en las políticas públicas de la próxima administración, sería la oportunidad de cambiar el enfoque para que el libre comercio no sea un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y la población en general. 

 

Jorge L. Velázquez Roa

 

@JorLuVR

 

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Consultor internacional en materia económica, política y de políticas públicas con más de 20 años de experiencia en temas regulatorios, de competencia, comercio, finanzas públicas y buen gobierno....