Tenemos en estas últimas horas dos temas de interés sobre la mesa: la largamente esperada conclusión de una renegociación comercial y a un Presidente de los Estados Unidos apabullado por la opinión pública como nunca antes en su administración.

Es un hecho que a Donald Trump no le gusta para nada el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que si tolera su supervivencia es porque muchos sectores productivos de su país lo presionan para que no lo destruya.

Pero también todos tenemos presente que Trump no es un ejemplo de estabilidad y que sus reacciones suelen ser viscerales y sin filtros.

Hay que tener claro que si finalmente, como muchos presumen, ya llegó el momento de anunciar el éxito de la renegociación del TLCAN, éste es un tema que puede causar alegría y hasta una revaluación cambiaria en México, posiblemente también en Canadá.

Pero en Estados Unidos no hay una sociedad al pendiente de este proceso. Sin duda que muchos productores estadounidenses ruegan la feliz conclusión de estas pláticas para no afectar sus negocios. Pero el ciudadano promedio, mucho menos los votantes por Trump, tiene el más mínimo interés en este tema.

En la polarizada sociedad estadounidense, lo que puede generar atención es algo escandaloso. Y si algo queremos mexicanos y canadienses en torno al acuerdo trilateral es todo, menos un escándalo.

Hay asuntos dentro de la renegociación que son terribles, polémicos, pero muy técnicos y, por lo tanto, de poca atención general. La cláusula de recesión del tratado de manera quinquenal, el porcentaje de manufactura regional de la industria automotriz, los cupos agropecuarios por temporalidad. Nada pues que permita hacer ruido.

Pero sí puede causar alboroto una cancelación del TLCAN o una partición en acuerdos bilaterales tras el anuncio de un fracaso de la ronda entre los tres países. Ese tipo de noticias en torno al acuerdo norteamericano sí son de alarido. Y no lo queremos.

Porque si algo necesita en estos momentos el Presidente de los Estados Unidos es un elemento distractor, una cortina de humo, que ayude a disipar los escándalos de su abogado confeso y su ex jefe de campaña condenado.

Dicen los que saben de leyes y política estadounidenses que estos casos no aportan clavos para el ataúd político de Donald Trump, pero sí le cuestan muy caro en su imagen. Sobre todo, cuando las elecciones intermedias están cada vez más cercanas.

Por lo tanto y atendiendo al estilo de este personaje de hacer política, lo que necesita es un escándalo distractor. No son difíciles de distraer sus seguidores, pero cada vez exigen mayor nivel de sangre para voltear a otro lado.

Es ahí donde no necesitamos que se cuelgue del TLCAN para hacer ruido. Si hay algún anuncio en las próximas horas, ojalá éste sea positivo y que sirva para cerrar un frente de batalla con los defensores internos del TLCAN, y no para causar un escándalo que distraiga a sus votantes.