Esa imagen desgarbada con la que se convirtiera en máxima figura olímpica, carismática a su particular manera, muy expresiva, emergía bajo un contexto del todo distinto: Emil Zatopek corría no sobre la pista en la que, apenas 16 años antes, destrozara tres records y conquistara tres oros en Helsinki 52; esta vez lo hacía entre tanque soviético y tanque soviético sobre las calles de Praga. Sucedió cincuenta años atrás, en agosto de 1968.

Tras su delirante actuación en los Juegos celebrados en la capital finlandesa, esa en la que tras conquistar las pruebas de 5 mil y 10 mil metros, se inscribiera de última hora en la maratón para también ganarla, Zatopek se había convertido en el mayor símbolo de su tierra. Fue ascendido al grado de coronel y añadido a los libros de texto para ejemplificar las virtudes del comunismo a todos los niños checoslovacos. Sus declaraciones eran tergiversadas por un régimen siempre listo para proyectar que la apodada “locomotora humana” era contraria al capitalismo.

Así continuó por varios años, en los que incluso aprovechó su cercanía respecto a las autoridades para que se permitiera la boda entre la atleta Olga Fikotova con el estadounidense Hal Connolly; puede sonar absurdo, pero en plena Guerra Fría eso podía ser leído como acto de traición.

En 1968, llegada la denominada Primavera de Praga, cuando el clamor popular de un “socialismo con rostro humano” fue aplastado por el envío de tanques desde Moscú, Zatopek dejó la comodidad para luchar por lo que creía. Hablaba con un altavoz en la praguense Plaza Wenceslao, iba de tanque en tanque suplicando a los soldados soviéticos que interrumpieran esa invasión, enfatizaba ante la prensa internacional el atropello que vivía su pueblo, exigía al Comité Olímpico Internacional que suspendiera a la delegación de la URSS de los Juegos de México 68 a unas semanas de comenzar.

Zatopek fue borrado de la historia de su país y confinado a trabajar en las minas. Se prohibió tajantemente su mención. Sólo se le rehabilitó socialmente a inicios de los noventa, cuando el Muro de Berlín había caído y la democracia nacía en Checoslovaquia, con Vaclav Havel como presidente.

Al mismo tiempo que Zatopek se paraba ante los tanques soviéticos, la gimnasta Vera Caslavska había firmado el manifiesto que exigía el cambio en su gobierno. Consciente del riesgo que eso implicaba, cerró su preparación para México 68 escondida en montañas y cargando costales de papas.

Ya durante los Olímpicos, su quinta medalla de oro le fue robada en una decisión arbitral del todo política, para beneficio de su rival soviética. En la premiación efectuó la protesta más sutil, bajando la mirada mientras sonaba el himno de la URSS. Sólo pisar Praga, fue orillada al retiro, negada todo posibilidad de viajar al extranjero.

Como Zatopek, fue rehabilitada por Vaclav Havel. Como Zatopek, tras perder décadas que ya nunca volverían. Como Zatopek, hundida en una depresión de secuelas incalculables.

A 50 años de la Primavera de Praga, es posible recordar numerosas facetas, episodios, consecuencias, pero no pueden hacerse a un lado los dos mejores atletas checoslovacos del Siglo Veinte, tan valientes contra esos tanques, como víctimas de los mismos.
La obra de Milan Kundera, su insoportable levedad del ser, tiene su cara deportiva en ellos dos: en Emil y en Vera.

Twitter/albertolati

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